El cielo se iba cubriendo de nubes al tiempo que él se elevaba sobre ellas. Era necesario subir al cielo para verlo todo con otra perspectiva y dejarla marchar, soltar las riendas que le arrastraban llenándole de magulladuras hacía un destino del que se había desviado unos cuantos cruces atrás.
Todo empezó hace muchos años, quizá más de los que él siquiera podía recordar. Un secreto, enterrado por el olvido, en el que la sensación de dolor había sido magnificada y grabada en sus creencias con palabras de fuego “el dolor es insoportable”. Y desde aquel día las palabras habían inundado la realidad y se habían hecho verdaderas. El dolor es insoportable y de hecho nunca lo había soportado porque siempre había huido a toda costa de él. Pero cuanto más trataba de escapar más se impregnaba este por toda su piel, había cambiado la vivencia del dolor agudo por abrazarlo y fundirse con él. Había días en los que al meter los pies en las olas parecía que el dolor era arrastrado hacía el fondo del mar, pero era una sensación ilusoria, a los pocos minutos volvía fiel a su lado. Quizá siempre volvía porque nunca se habían despedido y es que, si no existía, si no se podía soportar, ¿cómo iba a despedirse de él?
Esto es lo que más molestaba al Dolor, no existir, por eso se afanaba en agarrarse a él con fuerza, clavándole las uñas, gritándole al oído, dirigiendo sus pasos hacía el precipicio, cualquier cosa por ser reconocido, por existir, por que un día le mirase a los ojos, le reconociese e incluso, por que no, pudiera amarle. Porque todos los sentimientos necesitan ser amados, todos necesitan su espacio, pero solo a aquellos que han recibido la etiqueta de buenos se les deja pasar a la fiesta de la vida. Y los otros, dañados fuera, oyendo la música y la alegría que reina dentro de la casa, se afanan en entrar. Empiezan llamando insistentemente a la puerta, luego tirarán piedrecitas a las ventanas, cada vez más grandes, tratarán de colarse por la chimenea… y si todos sus intentos son inútiles acabarán quemando la casa.
Porque si ellos no pueden existir no existirá ninguno, son palabras que un día le oí decir al Resentimiento que es el que toma el mando cuando todos los demás sentimientos han desfallecido, aguarda paciente alimentándose de la frustración de los demás, de su cansancio, de su desesperación, bebiendo sus lágrimas hasta hacerse fuerte y gobernarlo todo.
Dejemos entonces que todos puedan participar de la fiesta de la vida, los agradables y los que duelen, abramos las puertas porque cada uno entra cuando es su turno para hacerlo y si entran podrán luego salir pero, ya se sabe, aquellos que no se dejan pasar acabaran gobernándonos porque nunca se irán.
Antonio de Dios Glez.
3 comentarios:
Estoy feliz por leerte de nuevo. Tus escritos son magníficos!. Pero no se trata de dejar que todos entren a la fiesta de la vida. Es aceptar que tú vives lo que quieres vivir. Porque lo que quieres es lo que necesitas, Y es lo que atraes a tu vida. Y sólo estos serán los que gobiernen tu casa.
llego la hora que tengamos las puertas abiertas para que la gente puedas salir y entrar, discubrir lo desconocido sin miedo.
es cierto que a veces vivimos esperanzados y sin embargo solo es suficiente con aceptar.
fundidos en el dolor, ese dolor que tanto le tenemos miedo puede ser nuestro mejor amigo-y eso me hace pensar el dia que nacio mi hijo, habia tanto dolor de contracciones que yo me olvide el motive de porque estoy en este hospital, pero justo , en ese momento que el doldor se termino llego una nueva vida a este mundo-mi hijo. tenemos permiso de sentir el dolor y de la alegira que le acompañe en algunos ocaciones
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