sábado, 21 de julio de 2012

Todo lo que odiamos en los demás son los aspectos que no aceptamos en nosotros mismos

Esta es, sin duda, una de las frases que más polémica suscita en los cursos en los que se trabaja el autoconocimiento y la autogestión. ¿Cómo voy a ser yo igual que fulanito? ¿Cómo voy a tener ese rasgo? Eso es imposible, yo no soy un egoísta, maleducado, irrespetuoso, asesino, etc. etc.

Supongo que descubrir a través del espejo del otro esos rasgos que rechazamos en nosotros mismos es una de las cosas más difíciles de admitir. Aunque también es cierto que cuando podemos aprovechar la ocasión para descubrir eso que todavía no amamos en nosotros mismos y empezamos a amarlo nuestro camino de evolución habrá dado un paso hacía delante de incalculable valor.

Así que, antes de seguir, te invito a que recuerdes ese rasgo de personalidad que tiene esa persona tan diferente a ti y que tú tanto detestas...

Todas las personas somos todo. Todas poseemos todos los rasgos de personalidad, todas somos egoístas y generosas, buenas y malas, abiertas y cerradas, tolerantes e intolerantes, agradables y agresivas. Todas somos todo y cuando admitimos esto somos libres para poder elegir que rasgo de estas polaridades manifestamos en cada momento.

El problema es que cuando rechazamos alguno de estos rasgos de nuestra personalidad entonces ese rasgo nos gobierna la vida y podremos manifestarlo en los momentos en los que menos nos gustaría hacerlo. Son palabras de mi maestro John Demartini, "todo lo que no amas en ti, todo lo que rechazas te gobierna la vida".



¿Y por qué rechazamos aquello que somos? Pues seguramente porque hemos aprendido que algunas cosas son malas y que si las tenemos se convierten en un peligro para nosotros. Imaginemos que cuando somos niños nuestros padres nos han criticado severamente por ser egoístas, por no compartir nuestros juguetes con nuestro hermano pequeño, por ejemplo. Como desde nuestra dependencia como niños necesitamos de su cariño y aprobación para sentirnos seguros ¿Qué haremos con ese rasgo de personalidad? Pues rechazarlo, controlarlo y mandarlo a las más oscuras profundidades de nuestro ser. Nosotros no somos eso y de ello, para nuestro cerebro emocional más primitivo, depende nuestra seguridad y, en casos un poco más extremos, hasta nuestra vida.

Así creceremos rechazando nuestra parte egoísta y siendo, obviamente, muy muy generosos. Yo soy una persona generosa, no hay duda.

¿Y que ocurre cuando en nuestra vida nos cruzamos con una persona que está manifestando el rasgo opuesto, el egoísmo? Pues que al ver en el otro eso de nosotros que rechazamos nos recuerda que eso que hemos escondido profundo sigue perteneciéndonos y esa sensación, tan peligrosa, es la que rechazamos a través de atacar al otro. Es decir, atacamos en el otro aquello que no nos gusta de nosotros mismos. Y con cuanta más vehemencia lo hagamos es que más nos rechazamos a nosotros mismos en él. Ojo, que podemos simplemente elegir que no queremos compartir nuestra vida con esa persona, de hecho, solemos elegir para estar a nuestro lado las personas que comparten con nosotros valores y características, mientras que rechazamos las que manifiestan rasgos opuestos. Pero elegir no compartir tiempo con una persona no es rechazar emocionalmente, y mucho menos odiar, a esa persona por "como es" ¿Se entiende la diferencia? Si odio a alguien o le rechazo con un componente de emoción muy fuerte esa persona está expresando aquello que no acepto en mi misma, me hace de espejo de lo que no me gusta y por eso agredo al espejo, a ver si rompiéndolo deja de mostrarme lo que no quiero ver. Si simplemente no me gusta algo de alguien y elijo no compartir mi tiempo con ella, pero sin emoción, sin rabia y sin que se me remuevan las entrañas en su presencia, pues está reflejando un aspecto de mi que acepto en mi pero que elijo no manifestar porque no está en mis valores.

A modo de ejemplo.

- "¡Yo si va Cristina no voy!"- gritó Rocío como queriendo que su tono de voz expresase todo lo que sentía. "Es una egoísta y siempre hay que hacer lo que ella quiere, si ella va al viaje no contéis conmigo".
- "Pero Rocío, si es un viaje de empresa ¿como podemos dejarla a ella fuera?"- contestó Marta en un tono suave que quería rebajar esa tensión que sabía les llevaba a un callejón sin salida.
- "Me da igual, vosotras podéis ir si queréis, yo sólo digo que si va ella yo no voy, ¡no la soporto!"
- "Pero Rocío, si no pasa nada, si se pone tonta podemos pasar de ella e ir a nuestra bola". Esta vez intervino Vanessa, aunque sin muchas esperanzas de solucionar algo que ya había salido mal otras veces.
- "¡Qué no tías, que yo paso! Qué paso de estar allí y que luego ella quiera mandar donde tenemos que ir o dejar de ir, que ya me conozco sus escenitas, sus gritos y sus chantajes. Yo paso y si vosotras queréis ir pues vosotras veréis". 
Las palabras de Rocío no dejaban ni un resquicio para la duda, su opinión sobre Cristina era inamovible y todas sabían que si iban al viaje iban a tener bronca con ella para todo el mes, como mínimo. No ir al viaje era generar un mal rollo en el departamento que tampoco se podían permitir y, además, les apetecía ir.
- "Pero Rocío..."- Marta hizo el amago de hacer un último intento que Rocío cortó al instante alzando un poco más la voz.
- "¡Qué no! ¡No insistas! Si me voy de fin de semana es para hacer lo que yo quiera no para que alguien me esté diciendo todo el rato lo que tengo que hacer. Así que con esa yo no voy, no insistáis, ¡no seáis cabezotas!"


Es curioso como en muchas ocasiones al rechazar aquello que "odiamos" estamos haciendo precisamente lo mismo que estamos rechazando, pero claro, como lo hacemos nosotros no cuenta. Puedo criticar a alguien por ser egoísta sin darme cuenta del egoísmo que estoy manifestando al hacerlo.

Puedo manifestar abiertamente desde la plataforma por la tolerancia que hay que ser intolerante con la intolerancia... Claro, tengo muchos argumentos (o quizá justificaciones) para demostrar que mis ideas son buenas y las del otro malas y por eso hay que ser intolerante con ellas pero... ¿la otra persona no estará sintiendo lo mismo? El otro día en el muro de una amiga de facebook una persona comentaba con satisfacción y orgullo que había borrado a alguien de su lista de amigos porque sus opiniones eran "fascistas". A mi me pareció curioso eso de eliminar a alguien por sus opiniones...

Cada vez que una persona me hace sentir mal me esta ofreciendo el regalo de observar ¿Qué me pasa a mi que eso me hace sentir mal? El día que podemos amar todas nuestras características entonces no nos molestará que los demás las manifiesten. Ese día, seremos dueños de nosotros mismos y podremos elegir con libertad, según nuestros particulares valores, que persona deseo ser, si más egoísta o más generosa, si cuarto y mitad de tolerante pero intolerante con ciertos aspectos concretos, si abierta a las opiniones pero cerrada a las agresiones, etc. Siendo conscientes de que todo es neutro y que elegir ser de una manera u otra está determinado por mis valores y mis valores no son mejores ni peores que los de otra persona, simplemente son los que yo elijo porque conectan conmigo y me hacen más feliz.


Y, obviamente, a partir de ahí también puedo elegir con quien compartir mi vida. Normalmente elegimos como amigas a aquellas personas con la que compartimos los valores más importantes para nosotros. Solemos rechazar igualmente a aquellas personas que, en los aspectos importantes para nosotros, defendemos valores o criterios opuestos. No hay nada bueno ni malo en ello, podemos elegir que deseamos y de que nos rodeamos, pero cuando lo hacemos desde el amor, desde la aceptación y, en definitiva, desde la libertad nuestra vida toma un color diferente. Es difícil, si. Y merece la pena.

domingo, 8 de julio de 2012

Retales en mi Alma

Sintió el calor del sol entrando por su ventana, un sudor pegajoso cubría su cuerpo. Permaneció boca arriba, mientras las imágenes atravesaban su mente. No quería moverse. Sabía que el dolor aparecería de un momento a otro. Ese dolor que habitaba en su cuerpo pero pertenecía a su alma. Desde que Fran se marcho el dolor hacia su entrada triunfal siempre a la misma hora, siempre puntual, punzante y arrebatador. Solo tenía unos segundos de serena amnesia en ese lapso de tiempo comprendido entre que abría los ojos y conectaba  la mente, solo unos cuantos segundos y después la puñalada le desgarraba el pecho y ya no había vuelta a atrás se le quedaba ahí clavada a la altura del corazón. Que difícil era vestirse todas las mañanas para ir a trabajar, solo podía usar camisas, se tiraba un buen rato acomodando la empuñadura entre botón y botón. No le importaba, las camisetas no le sentaban bien, le daban un aire muy infantil que no le pegaba nada. Eso sí, ya no podía entrar a bancos ni viajar en avión, todos absolutamente todos los aparatos comenzaban a chillas cuando ella se acercaba y claro la gente podía cruzar el mundo con un clavo en la rodilla o una placa metálica en la cabeza pero no con un puñal en el corazón. Es que el corazón… le decían, el corazón es impredecible María,  mire si volando a miles de metros de altura al corazón se le da por expulsar su puñal y lastima a alguien o peor aún, si se clava en la susceptibilidad de algún pasajero. Ninguna compañía aérea estaba dispuesta a correr ese riesgo. Y claro ella lo entendía. Su vida había cambiado considerablemente desde ese día. Ya no podía subirse al metro o al autobús en hora pico la gente aprisionada en esos transportes como alubias en un frasco,  empujaban y presionaban el puñal sin enterarse siquiera y entonces cada vez se hundía más… María sabía que si toleraba el dolor era precisamente porque veía que era lo que lo estaba provocando por eso evitaba las horas pico. Si alguna vez el puñal se hundiera hasta el fondo y desapareciera de su vista por completo, solo quedaría el dolor, un dolor huérfano y amnésico que lo llenaría todo, sin recordarle a nada. Un dolor sin sentido, ensimismado, una mierda de dolor. No, ella no se merecía un dolor tibio… ya había pasado por eso, la ausencia de sentimiento la conectaba con la muerte. Por eso no se quejaba, porque si había algo que María tenía era memoria. Una memoria infinita, selectiva y muy apropiada que seleccionaba de manera impecable el acontecimiento correcto en el momento preciso, nunca un recuerdo equivocado, jamás un pensamiento descontextualizado, imposible un “no me acuerdo”. Cuando Fran entró a su vida era aun mas desdichada, arrastraba una enorme armadura obsequio de Raúl, último sobreviviente de una raza de hombre-erizo. Ahh cuanto amaba a Raúl, con que amor cosía sus camisas rajadas por las púas, con que entereza aguantaba el abrazo mientras sus púas se clavaban a fuego en su piel. Un día después de amarse casi hasta quedar inconscientes con el cuerpo rasgado y dolorido María despidió a Raúl. Supo que nunca más lo volvería a ver cuando la pesada armadura se ciño a su cuerpo. Empezó por sus piernas, trepando como una enredadera avanzando sin prisa pero sin pausa, subiendo incansable por sus muslos, abrazando sus caderas, sujetando la columna, el esternón, los pechos como una delgada pero solida malla que la envolvía hasta el cuello. Y así estuvo arrastrándose durante años sin sentir nada, absolutamente nada, ni frio, ni calor. Muerta a los sentidos y las sensaciones, viva a la mente como una burbuja frágil, volátil, psicópata, desconectada de todo lo que la rodea. Años amorfos, uniformes, desolados. Y entonces conoció a Fran lanzador de cuchillos de un circo perdido en el tiempo, rodeado de mujeres barbudas y enanos saltarines. Cuando Fran vio a María por primera vez supo que estaba hecha a su medida, no hay nadie más adecuado para un lanzador de cuchillos que una partenaire cubierta de metal ferroso, que relajados eran sus días junto a María sin pensar siquiera en errar un tiro, sin el mínimo cuidado, sin preocuparse por el viento, la distancia, sin afinar la puntería. Lo cierto es que un día como cualquier otro María sintió calor, un calor tímido y escurridizo que empezaba  en su nuca y se deslizaba hacia abajo como cobrando fuerza, como una pequeña bola de nieve que crece ladera abajo, tan contundente, tan escalofriante  y a la vez  tan abrazador… toco su cuerpo hasta entonces helado y rígido, y descubrió que estaba blando, cálido, acaricio sus muslos, su abdomen, sus pechos y no pudo contener las lagrimas, tanto tiempo sin sentir… tanta vida sin su cuerpo. Lloró, cascadas y ríos, lloró lagos y charcas con nenúfares,  hasta que la habitación  se lleno de lagrimas y flores. Nadó hasta la ventana y sintió el aire rozando su piel. Frente a su casa la carpa del circo, le recordó a Fran, no le diría nada, no quería perderlo, al fin y al cabo ella podía fingir, eso no le representaría un gran esfuerzo, todo sea por sentir un poco… pero no fue tan sencillo la efímera felicidad apenas le rozo la punta de los dedos,  escapo del pueblo una fría mañana de enero cuando su amante circense confiado se asomó por la ventana y con su amplia y luminosa sonrisa doblando el brazo en un movimiento fugaz soltó como tantas veces un puñal, afilado, preciso, contundente,  esperando que sonara la hermosa campanada, un Toing resbaladizo, precoz y desafiante. En vez de eso un sonido a hueso y decepción salió del pecho de María que acababa de dar una media vuelta con los brazos abiertos bailando aquella canción que hacia tanto no cantaba...

El circo levanto a sus mujeres barbudas que se habían convertido en las reinas de los bares del pueblo, sus enanos saltarines y a un devastado lanzador de cuchillos que no podía levantar la vista de la punta de sus zapatos.

El puñal al fin se materializo en su pecho, puntual, punzante y arrebatador como cada mañana. María se levanto y se metió en la ducha. Sintió el agua caliente corriendo por su cuerpo. Sonrió. Al fin y al cabo, nunca le gusto viajar en avión. 


Mariela Mazza
Terapeuta Transpersonal