lunes, 27 de abril de 2009

El vacío de... vivir

El sol acariciaba su mejilla y la ligera brisa le protegía de cualquier sensación de excesivo calor. Todo a su alrededor estaba en orden y fue justo en el preciso instante en el que fue consciente de eso cuando entró en pánico. Si todo estaba bien... ¿qué iba a hacer él? ¿Cómo enfrentarse a eso? No recordaba la última vez en su vida en la que se había sentido en paz, quizá porque había sido hace tanto tiempo que su memoria todavía no estaba lo suficientemente desarrollada para poder grabar nada. Desde entonces toda su energía había sido invertida en resolver problemas, asumir daños, evitar peligros, superar el escozor de las heridas, desarrollar recursos para afrontar los insuperables obstáculos... en definitiva... sobrevivir.

Y sin duda sabía muy bien como sobrevivir, lo que nunca había aprendido era a vivir. Así que de repente se encontró ante esa situación para la que no tenía recursos, ante ese problema al que nunca se había enfrentado, ante una exigencia para la que no tenía recursos, ¡estaba bien! La sensación de miedo que le invadía era indescriptible, tan grande que de nuevo se sintió cómodo, tenía de nuevo un problema y podía poner de nuevo todos sus recursos en marcha, ir a urgencias, pelearse con los médicos que no le daban una explicación a lo que le pasaba, preocuparse por su estado físico, tener en su cuerpo un nuevo enemigo contra el que luchar, dejar ese absurdo paseo por la playa para volver a correr en busca de algo, huyendo de algo... del vacío que le producía esa sensación desconocida de no tener nada con lo que luchar.

Y así, desarrolló, una vez más, un nuevo recurso. La capacidad para construir enemigos cuando ya todos habían sido vencidos, y encontró en sí mismo por fin a un enemigo de la entidad suficiente para enfrentarse a él, por fin un contrincante que no iba a ser fácil de derrotar, un enemigo lo suficientemente fuerte como para construir una lucha eterna que alejase de él ese peligro que muy dentro de él le producía mucho más terror que ningún otro al que se pudiese enfrentar.... el terrorífico vacío de sentir que no había nada ni nadie contra lo que luchar...

lunes, 13 de abril de 2009

La reina de la luz



Tenía tanta luz que cegaba.

No se si es porque nació en un día de esos de mitad de verano en los que su ciudad es puro fuego, porque era una sabia reencarnándose para finalizar un conflicto o porque simplemente había sido elegida para iluminar un ensombrecido mundo, pero tenía tanta luz que hipnotizaba.

Y como suele pasar con las personas de cuento de hadas esa luz que ella traía ensombrecía a aquellos a los que la oscuridad les atrapaba el corazón, esos que delante del espejo se preguntaban quien era el más bello e importante. Así que cuando su luz provocó reflejos en la temida oscuridad de los ojos del hechicero esté le lanzo un conjuro que palabra a palabra, herida a herida, abandono a abandono fue oscureciendo su esencia bajo una enmarañada tela de araña que la encadenaba y dejaba su rostro pálido tan lejano de la fuente de su luz. Ella caminaba por la vida con la imagen que el hechicero le reflejaba, por eso solía ir con la cabeza baja y el paso ligero, tratando de pasar desapercibida, buscando humildemente una aprobación que le hiciese sentir el calor de la luz que sentía faltaba en su vida.

Pero crecía y con cada estirón la tela que la ocultaba se daba de sí dejando salir algún rayo de luz y el enfadado hechicero más se afanaba por seguir encadenando aquella luz que le cegaba, que le hacía consciente de su propia sombra. Así que por más que se esforzaba ella por satisfacer al hechicero sólo recibía rechazos e incomprensibles rechazos. Fue tan largo el tiempo y tan dura la tela que le rodeaba que empezó a pensar que ella no era merecedora de luz, que ella era un ser de oscuridad que solo podría mirar de lejos la luz de los demás.

Llegó un día en que nuestra protagonista, de nombre de historia de amor, tuvo la suficiente fuerza para salir de aquel reino gobernado por la oscuridad en el que cualquier persona que destacaba era abortada y castigada. Conoció otros reinos, empezó a sentirse por fin liberada aunque no era consciente de que por muy libre que fuera su caminar su corazón todavía estaba firmemente atrapado. Sin embargo, había algo en ella que le empujaba a buscar los símbolos, a resolver un enigma, no sabía que buscaba ni por qué pero una parte de ella se sentía irremediablemente atraída por los caminos hacía la luz. El problema es que cuando se veía en los espejos la única imagen suya que reconocía era aquella proyectada por el viejo hechicero y aunque se encontró en el camino con personas de luz ella era difícil para ella reconocerlas, o no se sentía digna de caminar a su lado, así que las dejaba partir.

Por otra parte, su interés por la búsqueda iba aumentando su sabiduría y con ella crecía y cuanto más crecía más huecos dejaba la vieja tela de araña que su hechicero ya no podía reparar desde la lejanía, aunque de vez en cuando todavía sus intentos hacía. El problema es que esa luz atrapada atraía a otros hechiceros que, por una parte querían poseer la luz que les faltaba pero que en cuanto descubrían todo su poder quedaban irremediablemente cegados y o huían o trataban de tejer nuevas telas de araña a su alrededor para dominar una luz que les desbordaba. Este juego no era nuevo para ella, era tan familiar que se dejaba hacer, sintiendo la luz que emanaba de su interior como algo lejano y que no pertenecía a ella. Es más, había veces que pensaba que la luz que sentía cuando se liberaba era de aquellos hechiceros y cuando estos salían corriendo cegados era ella misma la que ocultaba su luz pensando que era ella la que producía oscuridad.

Pero su alma había crecido tanto que la resistencia de la tela de araña se resquebrajaba, había llegado a este mundo con la misión de liberar su luz y compartirla para estimular la luz escondida en el alma de los demás. En realidad ya lo hacía porque, aunque ella no lo supiera, cada uno de los hechiceros que se cruzaban en su vida y se iban cegados de alguna manera contenían la suficiente luz como para sanar sus heridas y poder ver el mundo de manera diferente una vez que sus ojos fuesen curados por aquello que en un principio les quemaba. Su misión dolía, porque era difícil encontrar un espejo con la calidad suficiente para poder reflejar tanta luz, era difícil encontrar personas que pudiesen sentir su luz sin quemarse y era todavía más difícil encontrar a la persona con la que ella estaba destinada a compartir el camino e iluminar el mundo.

Pero día a día, poco a poco, sin necesidad de príncipes rescatadores, dejando atrás a los hechiceros temerosos de la luz, ella iba rompiendo los límites que durante tanto tiempo la habían tenido secuestrada y iluminando cada vez más el camino bajo sus pasos. Todavía no sabía que la realización de su misión era inevitable, que era una enviada de los dioses que le habían concedido un don y que cuando sintiese frío o soledad sólo tenía que dejarse sentir desde dentro para encontrar el abrazo cálido de su inmensa luz.