domingo, 21 de junio de 2009

La lujuria



¿En que parte de la Lujuria está el pecado?

¿En el deseo, en el grado de deseo o en aquello que se desea...?

Aunque lujuria viene de lujo, lujo viene de luxus, que es abundancia, por lo que la lujuria se refiere al deseo sexual desmesurado.

Todo parece indicar que la parte pecaminosa del pecado está en el hecho de desear a quien no es Dios. Esa es la parte imperdonable de la lujuria.

El ser humano necesita el sexo.
Aunque existen diferentes debates al respecto, el sexo es considerado una de las necesidades básicas del ser humano (remitimos a Maslow y su pirámide de necesidades). El sexo, junto al hambre, la sed, el sueño y la agresión (también la
temperatura) son las necesidades más básicas en la escala de las motivaciones humanas. Si bien, estas motivaciones son compartidas por muchos de nuestros "primos-hermanos" los mamíferos y sin ellas no podríamos vivir.
Cuando hablamos de debate nos referimos a que es evidente que el ser humano puede vivir sin sexo y sin agredir, en cambio no puede sobrevivir sin comer, sin beber o sin dormir. El tema es, ¿Y sin sexo, como nos reproducimos?

Por eso, el sexo es permitido por la religión católica: siempre bajo determinadas condiciones y premisas, como el matrimonio.

Lo peligroso, por tanto, aquí, es el deseo.
Alguien dijo que a cada deseo le precede un sentimiento, y así es. Al deseo sexual le precede el sentimiento de atracción. Los sentimientos no son sino las emociones básicas (como la rabia, la ira, el miedo, la tristeza, la alegría, la sorpresa y el asco...)
transculturales y de nacimiento... teñidas de cultura. El amor no es una emoción, es un sentimiento. Y puede preceder, o no, al deseo sexual (no siempre amor y sexualidad van de la mano) pero lo que si hace, el deseo sexual, volvernos mortales, dirigir nuestra mirada y atenciones a otro ser humano, y no a Dios y a quienes lo representan.

El mecanismo de regulación de las religiones ha sido en muchas ocasiones el miedo. Por eso, todo lo relacionado con lo sexual ha tenido connotaciones tan negativas. La masturbación provocaba ceguera y las relaciones sexuales fuera del matrimonio o de la pareja bendecida por Dios, desgracias. Las enfermedades de transmisión sexual han sido en la mayor parte de los casos las más estigmatizadas. En muchos casos su fácil curación se ha visto complicada por el secretismo, por miedo o vergüenza, de quienes las padecían.

Todo lo anterior redujo la sexualidad, esa preciosa comunión entre dos seres humanos, a la mera procreación. Grandioso fin,
evidentemente, pero que olvida otros factores como el placer, el descubrimiento del propio cuerpo y el de la persona que está a nuestro lado. Y es que, vivir la sexualidad de una manera sana, desinhibida, compartida con quien realmente deseamos, puede convertirse en uno de los principales regalos de esta vida. Además, significa una aceptación incondicional de nuestro propio cuerpo, de nuestro propio ser... y nos recuerda que dándonos con amor, solo recibiremos amor. Y sólo desde el amor podemos curar nuestras heridas.

Por último, como en todos los pecados anteriores, el factor del equilibrio es de vital importancia. El último factor de los propuestos en la lujuria, la abundancia es un factor determinante porque de nuevo encontramos en el exceso una defensa. Igual que el sexo puede ser un vehículo para entrar en conexión con nuestro ser, su exceso puede ser utilizado para justamente lo contrario, alejarnos de nosotros mismos. La búsqueda constante de sexo suele ser una huida hacía adelante para no pensar o no sentir la conexión con nuestro ser, a través de la continua conquista alimentamos nuestro ego, cogemos seguridad, una seguridad ficticia y frágil que nos lleva a necesitar más y más para poder sostenerla, pero que no nos permite un segundo para enfrentar lo que más miedo da, nuestro propio vacío, ese vacío del que intentamos huir a través de una hiperestimulación que nos mantenga permanentemente ocupados y distraídos, con la sensación en cada excitación de estar llenando algo interno y tras cada orgasmo de volver a sentir ese inmenso vacío.

lunes, 15 de junio de 2009

Más sobre la ira

Comparto con vosotros una leyenda japonesa que me manda amablemente Pilar, parecida a la del maestro oriental y que nos ofrece claves sobre la ira y el dominio de nuestras emociones.

Érase una vez un Gran Samurai que vivía cerca de Tokio que, aunque viejo, se dedicaba a enseñar el arte zen a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que aún era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde, un guerrero conocido por su total falta de escrúpulos apareció por allí, quería derrotar al Samurai y aumentar así su fama. El viejo aceptó el desafío y el joven comenzó a insultarlo, pateó algunas piedras sobre él, escupió en su rostro, gritó insultos contra él y sus ancestros, etc. Durante horas hizo todo lo posible para provocarlo pero el viejo permaneció impasible. Al final del día, sintiéndose ya exhausto y humillado el guerrero se retiró.
Los alumnos, sorprendidos, preguntaron al maestro como pudo soportar tanta indignación y agresión.
-"Si alguien llega hasta ustedes con un presente y ustedes no lo aceptan ¿a quién pertenece el presente?"
- "A quién intentó entregarlo" respondió uno de los discípulos.
- "Lo mismo vale para la injuria, la rabia, la calumnia y los insultos. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los traía consigo" concluyó el maestro.




No nos olvidemos que nadie tiene poder sobre nuestras emociones, a no ser que se lo demos. Y que si algo de lo que el otro dice nos afecta, nos está enseñando que parte de nuestra maestría, todavía, necesitamos mejorar.

viernes, 12 de junio de 2009

Ayuda en la lujuria

Nos sentimos un poco bloqueados con la lujuria, quizá eso signifique que trabajamos demasiado o... que somos simplemente humanos...

¿Alguna ayuda? Recibiremos vuestros escritos en adedios@avatarpsicologos.es

Muchas gracias anticipadas

jueves, 4 de junio de 2009

La ira

No hay ningún animal del planeta, ninguno, que agreda si no se siente amenazado o en peligro.



La rabia es una emoción que nos permite defendernos cuando nos sentimos agresivos, es un mecanismo de defensa normal y adaptativo que nos permite sobrevivir en entornos amenazantes o violentos. ¿Por qué la ira entonces es un pecado capital? ¿Cómo puede ser pecado algo que nos permite defendernos y sobrevivir? Pues posiblemente porque todos tenemos la responsabilidad de crecer, de evolucionar, de sentirnos más seguros de nosotros mismos. Y cuando nos sentimos seguros de nosotros mismos no hay lugar para la ira sino para la comprensión. La manifestación de la ira es la violencia, y así como la rabia es una emoción que viene de una parte del cerebro muy automática y que escapa a nuestro control consciente, la violencia es una conducta y como tal tenemos mucho más poder para manejarla y evitarla. La rabia es sana y nos la podemos permitir (concentrándonos en sentir la sensación en el cuerpo y dejando que esta pase como con el resto de las emociones), la violencia es la expresión externa de esa rabia y en la mayoría de las ocasiones es absolutamente prescindible y contraproducente.

Contraproducente por dos motivos: Uno, porque nos lleva a agredir al otro y eso tiene unas consecuencias para nuestras relaciones muy negativas, una vez hecho el daño la herida, o al menos la cicatriz, permanece. Además al agredir al otro es normal que se sienta en peligro y también se defienda agrediéndonos a nosotros. La ira destruye.
El segundo motivo es que cuando agredimos al otro ponemos el foco de atención fuera de nosotros y eso no nos permite crecer ni aprender. Si algo me provoca daño es que yo me siento inseguro o en peligro y eso debería ser lo más importante ¿por qué me siento en peligro? ¿por qué me afecta esto que me han dicho o hecho? con estas preguntas de calidad podemos acceder a esas zonas de nuestro ser que todavía tienen miedo o se sienten en peligro y con ello se nos abre una increíble oportunidad para cuidarnos, sanar nuestras heridas y seguir evolucionando. Cuando alguien toca en algún sitio donde no tengo herida no suele dolerme, si alguien me toca y me duele... tengo dos opciones, centrarme en que el otro me ha tocado (y no dudo que nuestro cortex cerebral será capaz de encontrar una justificación creíble a nuestra ira) o centrarme en por qué si el otro me toca ahí (y precisamente ahí) me duele y empezar el proceso de sanación.

Cuando una persona se siente segura puede responder ante los demás desde la comprensión y el amor. Quizá por ahí pase la solución para erradicar la ira. Cuando un ser humano se pone agresivo es porque se siente inseguro o amenazado y cuanto más agresivo es porque el nivel de amenaza que percibe es mayor. Por ello las personas más agresivas son sin duda las que más amor necesitan. Para que se produzca una agresión es imprescindible que haya noradrenalina en la sangre (y por tanto que no haya serotonina que es la sustancia de la seguridad y que es incompatible con la anterior) y para que haya noradrenalina en sangre nuestro sistema límbico ha tenido que percibir una amenaza. Es biológicamente imposible que sin esa percepción de peligro el sistema límbico se excite e igual de imposible que con el sistema límbico en modo seguro haya rabia.

¿Y que hacemos nosotros cuando vemos a una persona que siente miedo? ¿agredirle o cuidarle? ¿amenazarle o darle seguridad? Si agredimos, repito, es por nuestra propia inseguridad no por lo que el otro haga y estamos fomentando el círculo vicioso de la violencia.

De nuevo nos encontramos que un pecado capital es una emoción o acto normal que llevado al extremo se convierte en disfuncional. No podemos olvidar que una persona que reprima excesivamente su rabia será una persona incapaz de decir que no o de poner límites a los demás y por lo tanto se situará en una posición de victimización que puede facilitar o incluso provocar agresión de los demás.

Es importante aprender a permitirnos y expresar nuestra rabia de una manera más funcional, aprender lo que nos dice, así jamás se convertirá en ira y menos en violencia física o verbal contra los demás.