sábado, 27 de agosto de 2011

No tuvo tiempo de arrepentirse...

No tuvo tiempo de arrepentirse...
Cuando observó esa luz brillante frente a ella, esa luz de la que tanto había oído hablar en tertulias, libros y películas y en la que nunca había acabado de creer, sintió una mezcla de fascinación y vacío. Fascinación por la sensación de Amor con la que aquella luz le envolvía, una sensación que durante tanto tiempo había buscado desesperadamente para darse cuenta de que es ella la que, simplemente, te encuentra. Vacío al mirar sus manos y observar que se encontraban así, vacías. Ese era el bagaje que le había dejado años de quejas, de añoranzas, de justificaciones y resistencias. Años de centrarse en lo que el pasado no le había dado, años de temor a que el futuro reprodujese las mismas carencias que en el pasado le habían dañado. Años de vivir entre un pasado y un futuro que no se podían atrapar entre las manos, que lo único que hacían era agrandar su sensación de vacío, de sentirse llena de una gran nada.

No tuvo tiempo de arrepentirse de haber dejado que sus miedos no le abriesen ni un pequeño espacio al presente, ese único momento en el que se podía sentir aquello que ella tanto tiempo había añorado. Tanto tiempo que se acostumbró a la sensación de añorarlo, hizo suya la identidad de la que está llena de carencias, se identificó tanto con ella que despreció las múltiples señales que la vida le ponía delante, las diferentes manos que se extendían a su paso ofreciéndole algo diferente, tan diferente que escapaba a su control, y aquello que no controlaba era ineludiblemente teñido por el color del miedo.

No tuvo tiempo de arrepentirse de haber girado siempre la mirada hacía la oscuridad, haciéndose experta en buscar justificaciones para su eterna existencia a su lado. Una oscuridad que helaba sus huesos, pero mucho más cómoda que la peligrosa sensación de calor en su piel, que ya sabía podía llegar a quemar.

Ahora esa luz le concedía el don de la visión, de la consciencia plena sobre cada una de sus decisiones, de la certeza de su completa responsabilidad sobre su propia vida. Esa luz le recordaba implacable... que no tuvo tiempo de arrepentirse... de vivir toda la vida arrepentida...
Las investigaciones psicológicas demuestran que las personas se arrepienten mucho más de aquello que no intentaron que de aquello que intentaron y fracasó, aunque el miedo no para de susurrarnos al oído lo contrario. Nosotros decidimos a quien hacerle caso.

lunes, 8 de agosto de 2011

¡Pura vida!

Hoy voy a hablar de nuevo de un viaje, pero esta vez no de un viaje metafórico, ni inventado, sino de un viaje real, de esos que suceden tras una conjunción de acontecimientos y casualidades que impiden fluir hacia donde la vida te lleva.

Y me llevó, me trajo, a Puerto Viejo, un pueblecito de la costa caribeña de Costa Rica. Un lugar mágico donde la presencia del ser humano todavía no ha estropeado la belleza intrínseca de la belleza de la naturaleza que lo rodea. Un lugar donde la selva y el mar están separados por unos metros de arena, a veces blanca, a veces negra y las más de las veces una mezcla entre ellas, que parece disfrutar jugando a separar a los dos amantes. Aunque cuando el mar, en su deseo, se desata y se pone bravo alcanza con facilidad a acariciar troncos y raíces, completando un Amor la mayoría del tiempo contenido, coartado. La selva también tiene sus formas de expresarse y a través de los mil y un rios que la surcan, drenando las frecuentes lluvías tropicales, le regala al mar cada día sedimentos, hojas, ramas y, en días de especial pasión, enormes troncos desprendidos con los que el mar juega durante días antes de devolverlos a la playa, como si una vez satisfecho recordará que a mayor número de troncos en la playa menos espacio le separa de su amante.

Más allá de su exuberante naturaleza, destaca con intensidad el caráctere de sus gentes. Una exótica mezcla de ticos (así se llama coloquialmente a los costarricenses), jamaicanos (o mas bien sus descendientes) y personas de todo el planeta que llegaron aquí para unos días y echaron raíces, atrapados por esa belleza que no se sabe exactamente donde ubicar, pero que te atrapa, te conquista y, si te descuidas, te secuestra.

La expresión más utilizada en Puerto Viejo es "pura vida". Se utiliza como saludo: "¡pura vida!", para preguntar "¿Cómo estás?": "¿Pura vida?", para contestar "bien, gracias": "¡pura vida!", para decir "de nada" tras un agradecimiento: "¡pura vida!", para decir adiós deseándole a uno lo mejor: "¡Pura vida!" y supongo que para otras muchas cosas más que en diez días no me ha dado tiempo a descubrir.

Y no se dice por decir, aquí la gente realmente honra sus palabras cuando expresa "pura vida", como si cada instante fuese un sorbo de vida que ha de ser aprovechado, degustado, despacito, con ese "ahorita" que es un presente continuo de final intangible. Es sorprendente la calidad en la atención al cliente, en un restaurante, en una tienda, en un supermercado, desde el hotel de cinco estrellas hasta el conjunto de cabinas de habitaciones compartidas. Todo son sonrisas, todo es "con gusto", todo es pura vida. Y eso me recuerda lo fácil que es comprometerse con hacer con alegría, con el corazón, llenando de Amor, cada tarea que la vida nos encomienda. Hay una enorme diferencia en hacer tu trabajo con presencia, con Amor por lo que se realiza o por sus consecuencias, a la amargura del "tengo que" o de la pelea continua con lo que es, con lo que se ha elegido, la mayoría de la veces desde la elección inconsciente o consciente de no elegir.

Así, disfrutando de sus sonrisas, de su entrega en el servicio, de su Amor por la vida, cierro los ojos y dejo que se grabe, aun más profundo, esa lección. Porque hacer cada tarea con Amor es estar permanentemente enamorado, no de un objeto particular al que aferrarse sino hacía todo lo que te rodea, sintiendo la magía de ser parte de un todo que, más allá de selvas o edificios, playas o asfaltos, bosques o parques, puede ser sentido en cada instante, porque cada instante es vida, ¡Pura Vida!