martes, 25 de septiembre de 2012

Camino para la reconexión con el Ser


Cuando tenemos un malestar es porque, de una manera u otra, nos hemos alejado de nuestra verdadera esencia, de nuestro Ser. Hay veces que la Vida nos pone unos retos delante tan complicados que es normal sentirnos mal cuando los afrontamos. Pero incluso en estas situaciones difíciles lo que marca la diferencia no es tanto lo que nos ocurre sino lo que hacemos con lo que nos ocurre.
Inspirado por un documento que me llego por internet llamado "Camino hacía el refugio interior" he intentado hacer unas instrucciones sencillas que nos mantengan en el camino de conexión con nuestro Ser. Que nos den fuerza para, por un lado afrontar los momentos difíciles “reales” y, por otro, evitar todo ese malestar, especialmente la ansiedad y la depresión, provocado por las historias que construimos y nos contamos a nosotros mismos que nos meten en el río turbulento de los pensamientos y nos alejan de nuestra esencia.
Empezamos por una situación en la que se produce lo que hemos llamado un “estallido emocional”. Una situación que nuestro sistema de alarma interpreta como un peligro y que pone en marcha la respuesta defensiva de nuestro cuerpo a través de la respuesta de “ataque-huída-congelación” desarrollada a través de las emociones básicas: rabia-miedo-tristeza.
Cuando un estallido de esas características se produce tenemos dos opciones, la más frecuente es juzgar lo que nos está pasando, como la emoción decide (y nos sentimos mal) y la razón justifica (buscará los motivos que expliquen ese malestar) juzgaremos esa situación como “mala”. Ese juicio retroalimenta la sensación de peligro de nuestro sistema limbico (nuestro sistema emocional de alarma) y como la respuesta del cuerpo ante el peigro son precisamente los síntomas (enfado, ansiedad o depresión) que estábamos viviendo pues estos aumentarán, serán juzgados como todavía peores y eso hará que sigan aumentando. Es decir, entramos en un círculo vicioso que se retroalimenta a sí mismo y que nos quita las riendas de nuestra vida.
Como alternativa a estos tenemos la posibilidad de entrar en el camino hacía nuestro Ser, que consta de los siguientes pasos:
1. Parar, hacernos presentes. Eso significa pararnos a observar lo que está ocurriendo en vez de huir hacía adelante a través de mil y un juicios valorativos de lo que nos pasa. Estar presente significa darnos unos segundos para estar “aquí y ahora” con eso que sentimos, sin proyectarlo hacía el futuro con nuestros pensamientos.
2. Sentir la sensación en el cuerpo. Como el peligro se siente desde una estructura cerebral muy primitiva y emocional vamos a tratar de llegar hasta ella a través del cuerpo que es el que nos conecta con esa parte emocional. Para ello, lo mejor es cerrar los ojos, observar donde sentimos la tensión en el cuerpo y, en vez de juzgar lo que sentimos, intentar controlarlo y volver al río turbulento de los pensamientos, abrir un espacio para sentir esa sensación. “Es sólo una sensación, escucha a tu cuerpo, abre espacio, es solo una sensación…”
3. Hacernos amigos de la emoción. Cuando, al juzgarlas como “malas”, luchamos contra las emociones que sentimos y queremos quitárnoslas de encima lo que hacemos es aumentar la sensación de “peligro” del cerebro emocional y entrar en el círculo vicioso de la ansiedad. Las emociones son una reacción del cuerpo que tiene como objetivo protegernos, mantener nuestra vida a salvo. Incluso cuando aparecen en un momento en el que no son necesarias porque no hay un peligro real, lo justo sería que agradeciésemos su presencia y las dejásemos pasar.
Toda emoción sigue un proceso, salta cuando hay un peligro, sube muy rápidamente y, cuando llega a un punto y ha hecho su función, empieza a bajar. Pero si nos asustamos por la propia emoción y tratamos de controlarla ponemos un muro que impide su desarrollo y empezamos una pelea en la que una parte de nosotros trata de bloquear la emoción mientras que otra parte trata de que la emoción haga su proceso. Esta es una lucha a veces eterna que nos hace perder mucha energía sin ningún beneficio. Déjemos pues que las emociones se expresen (a través del cuerpo, no es necesario lanzarlas contra nadie) y que se vayan.
4. Dejar que pasen los pensa-mientos. Cuando nos sentimos en peligro, se activan zonas del cerebro emocional que toman el control de nuestro cuerpo y llegan a desactivar las zonas más corticales del cerebro inteligente. Con la frase “La emoción decide y la razón justifica” el psicólogo Roberto Aguado nos explica como, cuando el sistema límbico se activa en modo “peligro” lo que pensamos se dedica solamente a justificar nuestra emoción. Así, si estamos enfadados buscaremos (o crearemos) motivos que justifiquen nuestro enfado y si tenemos miedo imaginaremos toda seríe de cosas que justifiquen ese miedo. Es por eso que los llamamos pensa-mientos, porque son mentiras al servicio de nuestra supuesta emoción. Detrás de una tormenta siempre está el sol, si en vez de darle vueltas a las nubes simplemente dejamos que pasen, antes o después volveremos a tener un día despejado. Si por el contrario me creo todas esas historias que mi mente construye para darle un sentido a lo que siento, entonces ya no tendré el miedo o la tristeza por lo que en realidad ha pasado sino por la historia que yo he construido (que suele ser mucho peor que la realidad).
5.  Enraizarme. Muchas veces, al estar manejados por nuestras emociones, perdemos la estabilidad y nos sentimos a merced de los vientos y las corrientes. Enraizarnos significa pararnos a sentir la Tierra bajo nuestros pies, podemos imaginar que de las plantas de los pies nacen unas raíces que nos afianzan al suelo, que nos dan seguridad y que nos alimentan con la esencia de la Tierra. Somos parte de este mundo y en ocasiones es preciso recordarlo sintiendo los pies en el suelo.
Podemos también imaginar que en lo alto de nuestra cabeza se abre un hueco y sentir como la energía del Universo, a través de una luz blanca por ejemplo, nos llega. Conectando las energías del Universo y la Tierra a través de nosotros.
6. Sentir la respiración. La respiración es nuestro centro, por eso en los momentos difíciles sentir la respiración nos ayuda a volver al equilibrio necesario para afrontar lo que acontezca. Como para reaccionar con la respuesta de ataque o huída nuestros músculos necesitan oxígeno es normal que la reacción instintiva sea acelerar la respiración para captar más. Pero esa acción, por una parte manda el mensaje de más peligro y por otra hace que muchas veces respiremos tan rápido que nuestros pulmones se llenen, es por eso la persona siente que no le entra el aire ¡tiene difícil entrar si ya están llenos! El ejercicio seria soltar el aire, muy poco a poco, como si soplasemos por una pajita, hasta vaciar los pulmones y, una vez vacíos, dejar que el aire vuelva a entrar tratando de llevarlo a la zona inferior de los púlmones, al “estómago” para hacer una respiración más completa y más lenta. Al enlentecer la respiración activamos el sistema parasimpático que es incompatible con el sistema simpático que es necesario para hacer la respuesta de ataque o huída.
7. Conectar con mi “niño” interior. La mayoría de los miedos que nos provocan ansiedad o depresión no son miedos actuales, sino memorias que grabamos cuando eramos niños, un momento en nuestra vida en el que éramos muy vulnerables y muy dependientes de los demás. Como en el sistema límbico no hay pasado-presente-futuro sino que trabaja en presente, cuando se activan esas memorias reaccionamos como si fuesemos niños, con la misma sensación de falta de recursos y de dependencia. ¿Y qué necesita un niño cuando tiene miedo? Pues ser escuchado, acompañado y ser tratado con cariño. Con la simple presencia amorosa de un adulto es suficiente. El problema es que nos solemos enfadar con esa parte de nosotros que tiene miedo, la juzgamos, rechazamos o abandonamos, que seguramente es lo mismo que sufrimos de niños cuando grabamos esa memoria. Así que, quizá un día ocurrió de verdad, pero hoy somos nosotros los que, ya adultos, abandonamos a ese niño que también somos nosotros. La solución pasa por, a través de los puntos anteriores, estar presentes con ese adulto que ahora somos ante ese niño dolido o atemorizado que un día fuimos.
8. Cuidarme y darme permiso. Muy conectado con el punto anterior la clave está en permanecer a mi lado y darme permiso para aquello que estoy sintiendo. Al fin y al cabo “lo que es es” y por mucho que me pelee contra ello no va a cambiar. Así que lo mejor es abrir un espacio para estar a mi lado con Amor y centrarme en lo que SI puedo hacer en vez de dejarme llevar por todos esos noes que está fabricando mi pensa-miento. En ocasiones para sentir seguridad debemos tener un objetivo que sea realizable y ante el que yo pueda hacer algo. Repetirme todo lo que no puedo hacer o lo que no quiero no me ayuda a acercarme a lo que si deseo así que… ¡empecemos a poner “síes” en nuestra vida!
9. Permanecer aquí y ahora. En realidad esta es la instrucción básica y se puede llegar a ella desde cada uno de los puntos anteriores. Estar presente en el ahora nos conecta con quienes somos en realidad, más allá de las personalidades que nos hayamos construido. Todos los miedos, (obviamente exceptuando los reales,  cuando tenemos a alguien que nos pone una navaja en el cuello o nos encontramos con un depredador) están en el futuro. Surgen de pensar que el futuro nos deparará más dolor que placer, que nos hará sufrir o que lo pasaremos mal. Pero todas esas cosas no son más que nuestra imaginación creando escenarios que no están pasando y, por tanto, que no existen. Quizá sea mucho más útil centrarnos en el presente, conectar con nuestra seguridad esencial y desde ahí, en contacto con nuestros recursos y lo que si podemos hacer, afrontar cualquier reto que la vida nos ponga delante.
Por otro lado, lo mismo ocurre con la culpa pero está vez en el pasado, nos sentimos culpables cuando creémos que hicimos algo malo que no tenía el mismo componente de bueno. El pasado y el futuro no existen porque solo podemos vivir el momento presente, así que estar aquí y ahora es la única manera de sentirse vivos y libres.
Una vez llegados aquí, tras hacer todos los pasos, será más sencillo conectar con ese Amor que en esencia somos antes de poner todas las barreras protectoras. Será más fácil volver a conectar con ese Ser perfecto que, en realidad, somos.

lunes, 17 de septiembre de 2012

Personas

Hay personas que te cambian la vida.

Hay personas que llegan en el instante preciso y, queriendo o sin querer, tocan la tecla que necesitas en ese momento para superar tu aletargamiento, tus limitaciones o tus creencias obsoletas. En ocasiones tocan la tecla que tú tienes ahí expuesta para ser tocada. Otras tocan justo esa que más escondías, la que más tratabas de proteger y de mantener alejada de miradas curiosas. Algunas veces te das cuenta de que la han tocado al instante y te da tiempo a agradecer lo recibido. Otras te das cuenta mucho tiempo después, sin tiempo ya para agradecer o, incluso, pedir disculpas por la agresión emitida a cambio del regalo inesperado y muchas veces incómodo. Y te das cuenta que, de haberlo sabido, no te hubiese gustado dejarlas ir. Y que te arrepientes de haberles culpado de tu dolor cuando en realidad solo te estaban dando la oportunidad de curar esas heridas enquistadas del pasado, pero es que abrir los limites y las defensas suele ser incómodo, tanto como necesario.

La Vida es sorprendente e impredecible pero los vínculos lo son todavía más. Las relaciones con otros seres humanos son, sin duda, las experiencias que más nos hacen crecer. Y cuanto más crecemos más enriquecedoras son nuestras relaciones. Aunque hay relaciones que son enriquecedoras desde el principio, son tan mágicas que no dependen de nada, simplemente son dos seres humanos conectando en planos que no podemos explicar.

A veces los vínculos se cuecen a fuego lento y van creciendo toda una vida, superando cambios vitales,  tormentas y esos errores variados tan humanos que solemos cometer con los que tenemos más cerca.
Otras son un chispazo que ilumina todo por un instante para luego difuminarse como los colores de un cohete de fuegos artificiales en el cielo.

A veces vienen y van, es alucinante esas personas que aparecen justo en el momento en el que las necesitas para desaparecer luego otras decenas de meses. Aunque por mucho que estén desaparecidas han dejado un poso en tu corazón que te hace sentirlas cerca más allá de tiempos y distancias.

Unas veces vienen personas a despertarnos de largos letargos, "¡espabila!" era la frase preferida que me decía una de esas personas especiales hace unos meses. Mientras que otras lo que vienen es a frenarnos, equilibrarnos, a ayudarnos a pisar más sólido.

Las hay que nos acompañan toda la vida y las que caminan con nosotros unos instantes. Las que nos toman de la mano y las que nos empujan. Las que nos roban una sonrisa y las que nos liberan de unas lágrimas que sobraban. Las que nos enseñan directamente y las que son mucho más sutiles. Las hay que las damos por sentadas y nunca les agradecemos lo suficiente porque estamos demasiado pendientes de lo que no nos dan para ver que lo que nos han dado supera con mucho a lo que anhelamos. Las hay que darían la vida por nosotros y las que nos matarían, normalmente haciéndonos  más fuertes.

Hay seres humanos de diferentes creencias, culturas, razas, opiniones, criterios, valores, estilos... y cada uno de ellos es tremendamente especial y, si se ha cruzado en nuestra vida, es que tiene algo para nosotros. Abre los ojos, mira a los ojos, mira al corazón, siente el Alma, cada persona es especial y si bajas un poquito las barreras te tocarán con su magia, de la manera adecuada, aunque no siempre de la que tú esperas.

Yo hoy soy especialmente consciente y agradezco de manera especial a todas las personas con las que tengo la suerte de haber compartido algún tramo de este mágico camino que es la Vida. Me siento afortunado, muy afortunado.




lunes, 3 de septiembre de 2012

¿Vale la pena? Un homenaje al profesorado

En los últimos tiempos Avatar Psicólogos ha tenido la oportunidad, generalmente a través de los CEP (Centros del Profesorado) de Málaga, Ronda, Antequera, Marbella y Vélez, de contactar con cientos de profesores y profesoras y compartir con ellos su problemática, sus dificultades y su compromiso de mejora constante.

Hoy que es el primer día del curso 2012/13 queremos pararnos un segundo a rendir homenaje a todas esas personas que dan lo mejor de sí mismas para que otras, en el futuro, estén preparadas para dar lo mejor de ellas y conseguir los retos que se propongan. Sabemos que empezáis el nuevo curso con ilusiones renovadas, con ganas de superar las dificultades antiguas, con fuerza y carácter para enfrentar los recortes con los que se presenta el nuevo año.

Os admiramos.

Y para que no olvidéis que nosotros no olvidamos os dejo este pequeño cuento, que algunos me habréis oído en los cursos, que nos recuerda que vuestro trabajo, por muchos sin sabores que a veces tenga siempre merecerá la pena.

Un fuerte abrazo y... ¡mucha ánimo para el nuevo curso!

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En un paraje de sol y de paz, se hallaba un escritor que vivía junto a un pequeño poblado de pescadores. En su tranquila vida, cuando llegaba el amanecer, daba un largo paseo por la orilla del mar. Un día como tantos otros, divisó a lo lejos a una joven que parecía bailar sobre la orilla. Conforme se fue acercando, comprobó que la hermosa muchacha recogía estrellas de mar halladas en la arena y las devolvía, con gracía y ligereza, al océano. "¿Por qué hace eso?", preguntó el escritor un tanto intigrado. "¿No se da usted cuenta?", replicó la joven, "con este sol de verano, las estrellas se secarán y morirán si se quedan aquí en la playa". El escritor no pudo reprimir una sonrisa, y contestó: "Joven, existen miles de kilómetros de costa y centenares de miles de estrellas de mar... ¿Qué consigue con eso? Usted sólo devuelve unas pocas al océano". La joven, tomando otra estrella en su mano y mirándola fijamente, dijo: "Para ésta ya he conseguido algo", lanzándola al mar. Al instante, dedicó una amplia sonrisa y prosiguió su camino por la playa. Aquella noche el escritor no pudo dormir... Finalmente, cuando llegó el alba, salió de su casa, buscó a la joven a lo largo de aquella dorada arena, se reunió con ella y, sin decir palabra, comenzó a recoger estrellas y devolverlas al mar.

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¿Basta una sola estrella de mar? ¿Una sola? ¿Basta un sólo alumno/a? Como excelentemente expresa Jose Mª Doria, la vida es un valor que no habla el idioma de la cantidad, sino que, más bien, se desenvuelve en las suaves brisas de la cualidad. Cuando ofrecemos a un solo niño, a una sola niña, esas acciones que permiten cubrir sus carencias, afectivas, intelectuales o culturales, cuando trabajamos para satisfacer esos deseos básicos de los que hemos hablado en otras ocasiones en este blog, estamos haciendo una labor que no tiene precio, que es imposible de cuantificar, nunca podremos saber el alcance de ésta actuación, de este esfuerzo que hacemos por ofrecer una segunda oportunidad a ese alumno o alumna que tanto en su familia como en otros ámbitos de su microcontexto está siendo rechazado, agredido o abandonado.

¿Merece la pena?