miércoles, 22 de diciembre de 2010

Federica, Alfredo, el Amor y el miedo

Las lágrimas le recorrían las mejillas, siguiendo el mismo camino que su esperanza y justo el inverso que su dolor. Tenía la mirada perdida a través de la ventana y la lluvía ayudaba a que estuviese todavía más desenfocada. No quería pensar más, no quería vivir más, se sentía tan sola, desolada sería la palabra.

Su futuro se presentaba tan oscuro como el día, un día que parecía haberse sintonizado con ella, como si el Universo quisiera acompañarla en esos momentos tan difíciles.
No podía creer las palabras de Alfredo, que todavía resonaban en lo más profundo de ella, sus palabras de perdón, sus palabras de no lo volveré a hacer, sus palabras expandiéndose como puñales en todas direcciones, el alcohol que le hacía perder la cabeza, sus amigas envidiosas y frívolas, el estrés del trabajo por la crisis, las exigencias permanentes de ella imposibles de cumplir... para todos y todo había una dosis de veneno menos para si mismo, él sólo parecía culpable de quererla.
Hasta ahora había habido veces que se había portado mal, que la había abandonado, insultado o la había hecho callar, en todas esas ocasiones le había provocado mucho dolor, pero esta vez había sentido verdadero miedo.

"Miedo... ¿Cómo podía estar relacionado el Amor con el miedo? ¿Cómo podía hacerle sentir miedo a la vez que le decía "te quiero"? ¡No podía ser!". Los pensamientos se agolpaban en su cabeza como surgidos entre las gotas de agua que el cielo lanzaba con furia sobre la tierra, pero ahora esos pensamientos le estaban provocando más rabia que tristeza.
No lo iba a soportar más, no podía creer como aquella persona amable que tanto se preocupaba por ella, que no la dejaba sola ni un instante, que vivía para ella se había transformado en esta persona egoísta, que no la escuchaba, no la miraba, la despreciaba... pero daban igual los motivos, las razones o las excusas, ¡no lo iba a soportar más!

De repente un rayo surcó el cielo, iluminándolo todo a alrededor, su mente quedó en silencio y el tiempo se paró.
No podía distinguir si había sido su imaginación o una señal del cielo en este tiempo navideño, ¡igual se estaba volviendo loca! como tanto le gustaba gritarle Alfredo últimamente. Allí, en mitad de la lluvía, había visto la cara de Alfredo diciendo "No voy a dejar que te vayas a tu casa sola, no hay más que hablar, te acompaño". Se quedó paralizada, con los ojos bien abiertos, las pupilas dilatadas, su cuerpo en tensión, había oído esas mismas palabras tan sólo hacía un par de horas, las mismas, algo transformadas. "No voy a dejar que te vayas de casa, no hay más que hablar, yo te quiero, no puedes dejarme".
"¡Dios mío!" susurró Federica. En realidad no había habido ninguna transformación, eran las mismas palabras, las del primer día, ese que tanto les gustaba recordar los primeros meses porque sin la insistencia de Alfredo las defensas de Federica hubiesen abortado cualquier posibilidad de relación. "Las mismas que las del primer día..." y las del que acababa de decidir que sería el último.

Daba vértigo ser consciente de lo que se había abierto paso dentro de su cabeza, daba vértigo si, mucho, pero ella no le tenía miedo al vértigo. Y como enlazando una idea con otra descubrió que lo que de verdad le impedía seguir adelante, lo que le impedía ser feliz, no era Alfredo, ni el trabajo, ni su mala suerte, lo que le impedía seguir adelante era solo... su miedo.
Había tenido delante toda la información, Alfredo no la había respetado aquel primer día, ni ninguno, en nombre del Amor, porque la quería, eso decía, pero sólo había atedido a sus propios deseos. Pero en realidad la que no se había respetado era ella misma. No había respetado su deseo de ese primer día, ni sus deseos ahora, ni los deseos que había tenido toda su vida. Tenía tanto miedo a que no la quisieran, a estar sola, que atraía a aquellas personas que simplemente resonaban con ese miedo, igual que nos hacemos amigas de las personas con las que compartimos los mismos valores.
¡Sus relaciones de pareja no se habían basado en el Amor, se habían basado en el Miedo! Una tras otra... en el miedo... en el suyo y en el de los que le habían acompañado en el camino.

Entonces vió clara otra imagen, la de aquel compañero de clase, ese mismo día, diciéndole mientras las palabras obligaban a su cara a deshacer su sonrisa "Nos vamos a cenar, ¿te apetece venir?" y cómo ante su negativa él respondió "Está bien. Espero que descanses y que tengas una bonita noche, te echaremos de menos". Aquel día había pensado que su mirada escondía algo, ahora veía claramente la imagen de los ojos de aquella persona cuyo nombre no recordaba, unos ojos que no conocía, que no sabía que significaban, unos ojos en los que... ¡no había miedo!
¡Esa era la diferencia! por eso había desconfiado de ellos, era una mirada totalmente desconocida para ella, ¡eran unos ojos donde no había miedo!
Y en ese instante Federica entendió que agarrarse a lo conocido, a lo seguro, era una instrucción grabada a fuego en su corazón por el miedo. Y supo, con absoluta certeza, que hoy prefería lo desconocido, lo nuevo, a aquellas miradas que le eran tan familiares. Hoy era el día en el que se despediría, no sólo de Alfredo, sino también de su miedo, un miedo añejo que le había acompañado toda su vida, que protegiéndola se había hecho cada vez más grade, tan grande que había hecho dueño de ella hasta pensar que ella era su miedo.

Y eso le daba vértigo, muchó vértigo, pero ella no le tenía miedo al vértigo. Y al no tener miedo podía enfrentarse a cualquier cosa, y al enfrentarse desaparecía el miedo y el miedo al miedo... y sin el miedo ella sería feliz, con pareja, sin pareja o como fuese, ella sería feliz, merecía ser feliz y ese era un deseo que si se iba a respetar. Porque desde hoy iba a honrarse y respetarse, porque desde hoy iba a simplemente Ser.


Dedicado a las 71 personas que han sido asesinadas en nombre del Amor (miedo) durante el 2010 en España, a su recuerdo y al intento de honrarlas ayudando a que los miedos y autoengaños se superen y la lacra del maltrato desaparezca.
Ante la violencia, Tolerancia cero.

Fotos de Ana Alonso http://www.luzescrita.com

domingo, 5 de diciembre de 2010

Federica y Alfredo

Federica apenas podía contener la angustía ante el vacío y el dolor que sentí en su interior. La insensibilidad del último hombre al que ella había amado profundamente había sido tan insoportable como las veces anteriores en las que le había pasado lo mismo. Pero lo peor no era si quiera el abandono después de mil y un maltratos psicológicos de este último personaje, eso casi era un alivio. Lo peor era su mala suerte. Esa infinita mala suerte que acompañaba a Federica en el amor desde siempre.
Mira que desde el primer hombre que se portó mal con ella se había jurado a sí misma que nadie le haría daño nunca más. Pero no importaba cuanta prevención utilizaba ni cuantas veces le decía que no a los hombres que se le aproximaban, antes o después siempre aparecía uno maravilloso que se desvivia por ella y la cuidaba. Si, la cuidaba, pero sólo hasta que ella bajaba la guardía y empezaba a abrir su corazón, y Federica una vez abría su corazon tenía serías dificultades para cerrarlo, entonces todo se transformaba y la persona maravillosa que la había enamorado se convertía en un ser insensible que no paraba de machacarla, de decirle que no era suficiente, que no hacía nada bien o que algo no funcionaba en ella.

"No podía existir tan mala suerte en el mundo" pensaba Federica, no, lo que ocurría era que todos los hombres eran iguales, que no existía ninguno que mereciese la pena y con el que tener una relación especial, no sabían amar o por lo menos no sabían amar como ella lo hacía, entregándose al cien por cien y respetando lo que los demás deseaban incluso más.

-"Hola"
Federica estaba tan sumida en sus pensamientos que el simple saludo le sobresaltó .-"Hola"- respondió, poniéndose de inmediato a la defensiva ante aquellos ojos tan expresivos que la miraban.
- "Nos vamos a cenar, ¿te apetece venir?"- le propuso uno de sus compañeros, el mismo que el primer día había llegado tarde y cuya entrada en el aula con cara de avergonzado y pidiendo disculpas le había quitado el aliento.
-"No. Prefiero irme a casa y descansar"- contestó Federica cuya promesa de que jamás volverían a hacerle daño estaba demasiado fresca como para dejarse engatusar por aquella mirada fresca que seguramente escondería algo.
-"Esta bien"- respondió el chico algo decepcionado. -"Espero que descanses y que tengas una bonita noche, te echaremos de menos en la cena". Y despidiéndose de ella con un gesto se encaminó hacía donde los demás esperaban.
Federica no se sentía mal por haberse perdido la cena, prefería mil veces irse a casa que meterse nuevamente en un lío que le rompiese el corazón y, muy satisfecha, se encamino hacía la parada de metro que la llevaría a su casa.
-"Espera" oyó gritar detrás. "¿No vienes a la cena?", era Alfredo, otro de los compañeros de clase.
-"No"- respondió Federica- "no me apetece".
-"No irás a ir a casa sola ¿no?".
- "Si, no pasa nada, me apetece estar sola"- respondió Federica.
-"Ni hablar", respondió Alfredo, te acompaño.
-"No te preocupes, en realidad prefiero ir sóla, quiero descansar"- respondió Federica tratando de aparentar algo más de firmeza.
-"No me cuesta nada"- respondió Alfredo poniéndose a su altura. "Y no voy a dejar que vayas a tu casa sola, no hay más que hablar, te acompaño".
Ante la insitencia Federica no le quedo más remedio que ceder y permitir que Alfredo la acompañase. La verdad es que nunca se había fijado en Alfredo, pero por todo lo que contaba sobre sí mismo parecía un chico que tenía las cosas claras y sabía lo que quería.

La relación entre Federica y Alfredo se fue afianzando a base de "acompañamientos" a casa, de sentarse a su lado en clase, de invitarla a un café en los descansos e incluso de ir a buscarla y esperarla en la parada de metro que ella cogía para ir a clase. Y es que Alfredo no es de los que se rendían a la primera, daba igual cuantas veces Federica le decía que no, a él le gustaba ella e iba a hacer todo lo necesario para conquistarla y demostrarle que él podía ser el hombre de su vida.
Federica estaba sorprendida por todo lo que Alfredo hacía por ella, no importaba las veces que ella había sido borde y le había rechazado, él siempre estaba ahí y eso era signo inequívoco de que le importaba de verdad. Quizá por fin había encontrado a un hombre diferente, un hombre que de verdad se interesaba por ella e iba a dar tanto como ella daba cuando se enamoraba y, sin darse cuenta y sin acordarse de su promesa, empezó a abrir su corazón, con lo que todos sabemos que eso significaba...

¿Tendrá Federica razón esta vez? ¿Habrá encontrado por fin al hombre de su vida?