domingo, 26 de mayo de 2013

Zona cero y nuestra capacidad de recuperación

El largo y laberíntico paseo desde la entrada hasta llegar al memorial del World Trade Center hace que te de tiempo a ir recapitulando en tu mente los acontecimientos que ocurrieron ese día. Una vez pasados los controles de seguridad, en cada paso va creciendo el silencio y las imágenes recibidas van tomando vida no sólo en la fría distancia sino que, de alguna manera, estar en el lugar te envuelve y eres más consciente de lo que tuvo que ser estar allí en el día de la tragedia.

Pero antes de llegar ya te impresiona algo, desde muchos puntos de la ciudad de Nueva York se observa un imponente edificio, aún con algún piso por terminar, pero con las antenas de la azotea señalando que lo principal está hecho. Es el One WTC (el edificio Uno del futuro complejo World Trade Center) y, aunque no son las torres gemelas, su simbolismo es incluso mucho mayor.

Más allá de su altitud 1.776 pies que representa el año de la independencia de Estados Unidos o que su azotea estará colocada a la altura exacta que tenían las torres gemelas, para mi lo más importante es que representa la capacidad del ser humano para levantarse ante cualquier circunstancia que se produzca.

El poder del odio y de la destrucción que provoca pueden ser tan grandes como lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001, pero la creatividad, la pasión, la ilusión y la perseverancia de los seres humanos les permite levantarse de sus escombros con más fuerza, más consciencia y más belleza que cuando cayeron.

Es como mirar a los ojos al mal, sería increíble si pudiésemos hacerlo mirándonos a los ojos a nosotros mismos, allí donde reside la misma semilla por la que culpamos a otro, y decirle "Mi parte sagrada es más fuerte". O cómo nos indica el Ho'oponopono "Lo siento, perdón, te amo, gracias".

Obreros colocando las dos piezas finales de la aguja, en lo
alto de la torre One WTC a 1.700 pies de altura.
Destruir es más fácil y mucho más rápido que construir, pero justo ahí donde parece que reside su fortaleza está su mayor debilidad. La destrucción se gesta en unos meses, en unos años quizá, y dura unos segundos, unos minutos, unas horas. A partir de ahí, empieza la construcción. Para reconstruir lo perdido ésta se alarga durante años pero con cada piedra puesta para levantar lo nuevo el corazón se llena de energía creativa y del amor necesario para construir vida, el cuerpo conecta con sus recursos más extremos, con todo su potencial y todo unido nos acerca a la esencia más profunda de un ser humano. Así que durante todo el largo proceso de construcción estamos conectados con nuestra fuente, con eso que nos hace sentir plenos, vivos. Mientras que cuando destruimos, la satisfacción generada por el alivio de nuestro rencor solo dura unos segundos, unos instantes emocionales que no llenan el vacío en el que nos sentimos mientras permanecemos alejados de nuestra esencia humana, el Amor.

Para vivir tras un golpe tan intenso se necesita superar un reto muy exigente: trascender el odio que la acción del otro nos produce. A veces ocurre que nos quedamos enganchados a la rabia, el rencor y el deseo de venganza que la afrenta recibida nos produce. Entonces iniciaremos una guerra contra nosotros mismos, porque el odio que nos mueve a combatir al otro es el mismo que albergamos dentro y nos da fuerza para hacerlo, así que nunca podremos eliminarlo fuera porque... ¡está dentro!
Es esta paradoja la que produce una espiral de destrucción, de guerra, de desconexión que ha acompañado al ser humano en toda su evolución y que, supongo, seguirá con nosotros hasta que lleguemos al nivel de evolución requerido para la iluminación. Ya Buda decía que hasta que el último ser humano no se iluminase él no alcanzaría la iluminación, gran lección que nos recuerda que somos uno y que sólo si hacemos las cosas diferentes, sólo si tenemos la valentía de transformar el odio en amor, la reacción en comprensión y elección, podremos ayudar al otro a hacer su propio proceso. Siempre recordaré la lección de Irene Villa cuando nos decía que los terroristas le podían haber arrebatado sus piernas, pero que si conseguían contagiarle su odio entonces lo que le habrían quitado sería su vida.

Está claro que todavía estamos lejos de superar y gobernar nuestros miedos más profundos, pero lo que quiero señalar en este post es nuestra capacidad para hacerlo. Podemos elegir declarar una guerra o reconstruir más bello lo que nos han arrebatado... podemos elegir.

Escribiendo esto recuerdo las palabras de José María Doria:
"No te enfrentes al mal, trabaja enérgicamente a favor del bien"

No quería terminar este post sin honrar el esfuerzo y sacrificio de los trabajadores de los equipos de emergencia que ofrecieron su vida tratando de ayudar a los demás. Para todos ellos y para sus familias, mi agradecimiento, mi respeto y mi recuerdo, que será inspiración para nuestras acciones.

Placa conmemorativa de los profesionales de primera respuesta en Emergencias,
en el monumento de conmemoración situado en el lugar donde estaría la primera torre.