martes, 30 de abril de 2013

Creemos demasiado a nuestros sentidos

Creemos demasiado a nuestros sentidos. Nos proporcionan un montón de datos que nos ayudan a movernos por el mundo y a mantenernos vivos. Pero también sabemos que nos engañan. Nos hacen sentir que estamos quietos y estables cuando sabemos que la Tierra se mueve a muchos kilómetros por hora, nos dicen lo que existe y lo que no cuando sabemos que hay muchos colores, sonidos, sensaciones que no entran dentro de nuestros umbrales perceptivos, nos señalan que hay cosas sólidas cuando sabemos que los átomos que las forman son fundamentalmente vacío. Son una guía imprescindible en nuestro día a día, por más que seamos conscientes de que nuestro día a día no es real. Tratamos de ser objetivos cuando sabemos que la objetividad es una ilusión. Lo verdadero para nosotros es lo que se ajusta a nuestra capacidad perceptiva y a nuestras creencias así que vemos el mundo traducido a lo que somos ¿Y qué somos?

A veces pensamos que lo que somos es lo que pensamos que somos, nuestros pensamientos. Pero ¿de dónde viene un pensamiento? ¿Cómo se construye? ¿Quién lo crea? Al final los pensamientos, como todo, surgen de la nada y vuelven a la nada tras ser pensados. Esa NADA que los sabios de nuestros tiempos y de tiempos ancestrales llaman consciencia pura, potencialidad pura dentro del infinito de posibilidades. Dicen que somos mucho más de lo que creemos que somos desde nuestros sentidos. Y a nosotros nos cuesta creerlo, porque nuestros sentidos nos dicen que nacemos, crecemos, nos pasan mil y una cosas tangibles y nos morimos. Y cuando morimos todo se acaba. Y nos lo creemos, aunque sabemos que nuestros sentidos nos mienten.

Es difícil, muy difícil, entender desde nuestros sentidos limitados que somos NADA y a la vez que somos TODO. Cuando dejamos por unos instantes de HACER, de pensar, nos encontramos con esa nada que algunos llaman SER. Si fuésemos percibidos por un microscopio cuántico no habría diferencia entre un objeto y otro, todo serían partículas vibrando a diferentes velocidades, seríamos una parte más del TODO.

Supongo que es más fácil creer algo que sabemos que es mentira que algo que desconocemos y que escapa a nuestro entendimiento "lógico". El vacío asusta a nuestra mente y en muchas ocasiones creemos que somos nuestra mente. Así que jugamos a ser lo que parece que somos, ciñéndonos a los límites que necesitan nuestros sentidos para poder percibir, porque sin límites, sin dualidad, nuestros sentidos se pierden. Y no podemos dejar que se pierda el que nos miente, porque entonces no habría mentira y sólo quedaría el vacío. Y quizá ahí resida el Ser, pero el vacío no le gusta a la mente, así que desechamos esa pista para volver a la información tangible de los sentidos. Ahí está la verdad, dirigida por quién nos miente, muy lógico ¿o no? Pero si no es lógico no es coherente con la mente. No importa, estamos bien enseñados a vivir en la incoherencia ¿Cómo si no podríamos creer en aquello que sabemos que está basado en una mentira?

Y si somos conscientes de que vivimos una mentira... ¿Cómo podríamos hacer que esa mentira fuese más cercana a la verdad? Pues el primer paso sería no creernos las mentiras de nuestros sentidos y nuestra mente, dejar pasar los pensa-mientos, entrar de vez en cuando en esa NADA que nos recuerda nuestra esencia. Eso es de alguna manera lo que intentábamos transmitir en el post sobre el camino para la reconexión con el Ser.

Y puestos a vivir en una mentira... ¿Por qué no elegir la parte de la mentira que nos haga sentir bien? ¿Por qué no elegir la felicidad ante el sufrimiento?

A veces sólo hay que abrir los ojos para poder ver, abrir los oídos para poder escuchar, abrir el corazón y la piel para poder sentir... Otras sólo tienes que ser un observador imparcial del río de la vida que fluye a través de ti.

jueves, 11 de abril de 2013

Agua Estancada

Me gusta imaginar que la vida es un río que nace limpio, inquieto, alegre y vigoroso.  Que en su camino va atravesando distintos ciclos que le hacen crecer. Y que en ese proceso increíble descubre nuevos paisajes, sortea mil obstáculos y crea vida a su paso, hasta llegar a la plenitud del océano.

En el río de nuestra vida, hay momentos en los que avanzamos junto a la orilla del placer y entonces no tenemos problema en dejarnos llevar por la corriente. ¡Nos encantan esos tramos del camino! Pero necesitamos también la otra orilla, la del dolor, porque un río sin cualquiera de ellas se desbordaría. Porque juntas nos marcan el camino y nos permiten seguir avanzando. Y porque de las dos vamos recogiendo aprendizajes que nos harán seguir creciendo. 
Pero a veces este viaje maravilloso se detiene. Los muros que nosotros mismos nos ponemos, o que nos han puesto otros limitando nuestro Ser a una mínima parte, y el miedo a tocar la orilla del dolor pueden  paralizarnos o hacer que intentemos nadar contra corriente y nos quedemos atrapados. Es entonces cuando nos convertimos en agua estancada. Y sólo hace falta pensar un momento en lo que le pasa al agua cuando se estanca… Mal olor, putrefacción, enfermedad…
Nuestro cuerpo nos ayuda a darnos cuenta de estos bloqueos, a través de multitud de síntomas que no siempre atendemos como merecen. La ansiedad, por ejemplo, muchas veces nos advierte de que nos hemos quedado atrapados en algún aspecto de nuestra vida. Y  en vez  de dejar que se exprese e intentar comprenderla, la convertimos en el enemigo porque queremos evitar a toda costa tocar esa orilla. Nos cuesta entender que estas señales lo que pretenden es evitar que nos convirtamos en agua estancada. Nos están diciendo: “hay algo que tienes que hacer. ¡Avanza!”
Es verdad que los cambios a veces asustan y que avanzar implica incertidumbre. Pero yo hace ya tiempo que decidí coger a mis miedos de la mano, y descubrir juntos este camino maravilloso de sorpresas y retos que es la vida. Llevando el timón, claro que sí, pero siempre hacia delante, aprovechando la corriente.  Decidí ser AGUA VIVA.
Y tú, ¿qué quieres ser?

Mónica González Agüero
Psicóloga