jueves, 22 de julio de 2010

Dos lobos

Una paciente me trajo el otro día un regalo a la consulta muy a colación del último tema tratado en el blog, una bolsa de la tienda natura que contenía la siguiente leyenda:



Un viejo indio estaba hablando con su nieto y le decía:

"Me siento como si tuviera dos lobos peleando en mi corazón. Uno de los dos es un lobo enojado, violento y vengador. El otro está lleno de amor y compasión."

El nieto preguntó:

"Abuelo, dime ¿cuál de los dos ganará la pelea en tu corazón?"

EL abuelo contestó:

"Aquel que yo alimente"

jueves, 8 de julio de 2010

Federica, ¿tú quién eres?

Federica subía a casa absolutamente indignada.
- Agustín, el del tercero, es un auténtico maleducado - le contó a su madre en un tono muy parecido al de los gritos. - Me he cruzado con él en el portal y, una vez más, yo le he dado los buenos días y él ni se ha dignado a contestarme. Es un gilipollas integral y no voy a volver a saludarle.
- Federica - le dijo su madre. - ¿Tú quién eres?
- ¿Cómo? – Respondió Federica algo sorprendida y ya bajando considerablemente el tono.
- Te pregunto que tú quién eres - respondió ella dulcemente y al ver su cara de no entender nada prosiguió. - ¿Tú eres una persona educada o maleducada?
- Educada.
- Y si dejas de saludar a Agustín cuando te cruces en el portal ¿en qué te convertirías?
El silencio de Federica fue una respuesta más evidente que cualquier palabra que hubiese pronunciado.
- Pues hija, si dejas de ser quién eres y te conviertes en lo que no eres será imposible que seas feliz. Porque sólo podemos ser felices desde lo que somos en realidad. – Tras un pequeño silencio su madre continuó. – Si dejas de ser quien eres entrarás en una en una guerra contigo misma y esa guerra no sólo te hará sentir mal, sino que provocará que desde ese momento toda tu vida alrededor de ese hecho estará dedicada a buscar mil y una justificaciones de por qué Agustín es el culpable de tu malestar. Cuando en realidad, es sólo tu decisión de dejar de ser quien eres lo que te lo estará provocando.
Federica escuchaba inmóvil mientras que muchas cosas se iban moviendo dentro de ella.
- No sé si es muy importante quién tiene razón o por qué Agustín actúa así. Igual es un maleducado o quizá simplemente sea tan tímido e inseguro que le sea más fácil bajar la cabeza que mirar a los ojos y decir buenos días. Pero eso no es lo importante, lo importante es qué vas a hacer tú ¿Vas a juzgarle, rebajarle y, tras haber encontrado las justificaciones que te lo permitan, agredirle? ¿O vas a ser fiel a lo que eres, respetar sus motivos o sus valores aunque sean diferentes a los tuyos y seguir tratándole con el amor que hay en tu corazón? – prosiguió la madre de Federica en un tono ya más solemne, consciente de la importancia de los cambios que se estaban produciendo dentro de su hija.
- Ten cuidado hija, hay decisiones con las que luego cargamos toda la vida – Y, tras hacer una pausa, prosiguió. – Al traicionar nuestros valores creamos una guerra interna que sólo podemos ganar si nos ponemos en una posición de superioridad ante el otro. Para ello, empezamos a filtrar la realidad para hacerla coincidir con nuestro pensa-miento. Primero imaginamos que somos inocentes y tenemos razón, para eso distorsionamos la realidad atendiendo solo a los hechos que confirman nuestra bondad y que somos víctimas. Luego hacemos una segunda distorsión de la realidad, juzgamos al otro fijándonos solo en lo que ha hecho mal, eliminando cualquier dato que nos diga que el otro también es un ser humano con cualidades, bondad y sentimientos. A partir de ahí iniciamos guerras contra los demás, cuando en realidad la única guerra es contra nosotras mismas desde el momento en que decidimos traicionar nuestros valores y a nosotras mismas. Seguramente es más fácil culpar al otro que enfrentarnos a nuestras propias inseguridades y miedos, pero eso no nos hará felices de verdad.
Además, Federica, ¿Quién dirige tu vida? ¿Tú misma o Agustín? ¿Quién decide lo que harás el próximo día por la mañana en el portal de casa? -.
Pero Federica ya no estaba escuchando, porque hacía rato que había comprendido el sentido de las palabras de su madre, algo muy dentro de ella le decía que no olvidaría nunca esa lección y, además, ya sabía lo que haría el próximo día que se encontrase con Agustín en la puerta del portal de su casa.




Y es que cuando olvidamos quiénes somos y empezamos a culpar a los demás de nuestras propias traiciones a nuestros valores entramos en un círculo vicioso en el que culpamos a los demás de algo que es sólo nuestro: nuestra traición a nuestros propios valores.
Imagina que algunos de tus valores son, por ejemplo:
-       Ser una persona educada, como Federica, en vez de maleducada.
-       Ser abierta frente a ser cerrada.
-       Ayudar a las personas vulnerables en vez de machacarlas.
-       Ser independiente dejando que mi vida dependa de mí.
Entonces se produce una situación en tu vida que te reta, por ejemplo que alguien te insulta o te trata de manera brusca sin motivo. Ante esa situación se abren ante nosotras dos opciones: honrarnos o traicionarnos. Cuando me honro sigo mis valores, cuando me traiciono hago lo contrario a lo que dictan mis valores (muchas veces haciendo exactamente lo mismo que lo que critico en el otro).
Cuando recibo el insulto ¿qué ocurre en mí?:
-       ¿Permanezco educada o por dentro insulto de vuelta? Si dentro de mí empiezo a juzgar a la persona como una impresentable, ignorante, abusiva, etc. entonces ¿estoy siendo educada o maleducada?
-       ¿Me pongo en una posición abierta preguntándome qué hace que la persona se ponga así o me cierro pensando que se equivoca y es injusta?
-       ¿Me pongo en una posición de ayuda o como me ha insultado me centro en hacerle pagar su afrenta y dejo de colaborar? En el módulo anterior veíamos que una persona que se pone agresiva es una persona que se siente en peligro o amenazada así que… ¿es una persona que se siente vulnerable?
-       ¿Sigo estando feliz o me enfado? Mi día empezó bien y yo me sentía bien, pero desde que esa persona me ha tratado así me siento mal. Así que si esa persona ha cambiado mi día… ¿estoy siendo independiente o soy dependiente de cómo me traten los demás para sentirme de una manera u otra?
Si he contestado a muchas de esas preguntas con la segunda opción, entonces estoy traicionando mis valores. Cuando lo hago ¿Cómo me siento? Pues imagino que muy mal y como no nos gusta sentirnos mal empezamos un proceso defensivo de justificación. Justifico mi traición a los valores a través de una pequeña distorsión de la realidad que hace que el otro sea el culplable. Esa distorsión tiene dos vertientes. Por un lado me elevo a mi misma, elimino de mi percepción la parte en la que estoy siendo maleducada, cerrada y agresiva y doy valor a mi parte que se siente atacada, víctima, que no ha hecho nada, que no merece ser tratada así, ect. Por otro lado rebajo al otro, me centro en las cosas que está haciendo mal olvidando todas sus características buenas.
Y cuando hago esa distorsión de la realidad, ¿cómo reacciona el otro? Pues evidentemente haciendo lo mismo, defendiéndose de mi rebaja subiéndose a ella misma y respondiendo ante la elevación que hago de mí misma rebajándome. Es decir, con mi actitud favorezco una justificación a su autoengaño y ella con su actitud favorece el mío. Tenemos así servido un bonito conflicto que… ¿por qué se mantiene y crece? ¡Simplemente porque he traicionado mis valores!

Existe una ley universal, ley de causa y efecto, que nos señala que todas las energías, positivas o negativas, que enviamos al mundo vuelven a nosotras pero multiplicadas. Si sembramos amor cosechamos amor, si sembramos odio recogemos odio. Parece un concepto muy sencillo y a veces irreal, todas tenemos experiencias en que alguien no recibe “su merecido”, pero una mirada profunda y a largo plazo nos demuestra que una y otra vez esta ley se cumple. En el próximo módulo trataremos el tema del equilibrio y veremos esto en más profundidad.
Ahora lo que quiero es que reflexionemos sobre ello porque si deseamos recibir los exquisitos regalos de la vida, de nosotras depende sembrar las semillas adecuadas y ganárnoslo. Los regalos de la vida no llegan por suerte o azar, son consecuencia de nuestros pensamientos y de nuestras acciones.  Somos los responsables de las cosas que suceden en nuestra vida. Esto también será algo que trabajaremos en los módulos de autogestión, cuando veamos lo que podemos hacer para construir la vida que deseamos. De momento lo que me interesa es que grabemos en nosotras que nuestras acciones crean realidades y que, cuando traicionamos nuestros valores lo que llegará a nuestra vida es justo aquello que rechazamos.
Lo que no sabemos es que la madre de Federica le dijo al final de su conversación
-     Hija, ¿por qué no pruebas a ponérselo difícil a Agustín? Si en vez de decirle un simple “buenos días” le dices “Buenos días Agustín ¿Cómo estás?” ¿no será para él más difícil no contestar?
Y ¿qué creéis que pasó? Pues que Federica fue la única vecina a la que Agustín saludaba, incluso quién sabe si saludaba también a los demás y otros se vieron beneficiados de su actitud.
Y si hubiese dejado de saludarle saliendo del portal llena de noradrenalina ¿Cómo hubiese sido su día? Me temo que lleno de “mala suerte”, ya sabemos el efecto que tiene la noradrenalina sobre nuestra percepción de la realidad.