sábado, 23 de enero de 2010

Federica y los abrazos

Llegaba a urgencias una madre con su hija que se había caído en el parque y se había hecho una herida "muy fea". Cuando la enfermera vio la herida en el antebrazo de la pequeña se encamino rápidamente a coger un par de gasas, un poco de suero fisiológico, betadine y con todo el cuidado se dispuso a limpiarla. Pero en el instante en el que, tras echar un poco de suero, la enfermera tocó con la gasa la herida, la niña dio un grito "¡ayyyy, duele!". La madre, indignada, le dijo a la enfermera que no le hiciese daño a su hija, a lo que la enfermera contesto que lo sentía mucho pero que para curar la herida de su hija necesitaba primero limpiar la herida.

La madre, ante aquel atropello y muestra de insensibilidad, se llevó a la niña de aquel sádico hospital y se dirigió a su casa. Al fin y al cabo ella sabía como tratar a su hija sin hacerle daño, así que con todo el amor de su corazón cogió una venda y tratando de rozarle lo más mínimo la herida se la colocó encima para proteger la herida del exterior. ¿Te ha dolido? preguntó la madre, a lo que la niña, todavía con cierto miedo en sus ojos, respondió "no mami, no me ha dolido nada". Y su madre, muy satisfecha por no haberle hecho ningún daño su hija se preguntó como podrían haberle dado el título a aquella enfermera bruta e insolente que le había provocado aquel daño a su hija empeñándose en limpiar su herida.

(veinte años después)

Federica era una mujer muy especial, era muy guapa y, sin duda, muy deseada, pero nunca se había sabido que hubiese tenido ninguna relación de verdad. En su barrio la llamaban "la mujer intocable", aunque lo correcto habría sido llamarla "la mujer intocable desde la derecha" ya que cuando alguien se aproximaba a ella desde la izquierda siempre le recibía con una enorme sonrisa y se mostraba abierta, amable y extrovertida. Pero cuando el abordaje era hecho desde la derecha Federica se transformaba, se convertía en una persona huraña, a la defensiva, capaz de acelerar el paso y no solo no saludar sino ni tan siquiera mirar a la persona que a ella se dirigía.

Al principio la mayoría de la gente la había rechazado y dado la espalda, pero algunos, supongo que a base de acceder a ella desde la izquierda, habían podido llegar a conocer el amor y la luz que desprendía cuando se la conocía un poco más profundo y el cariño que sentían por ella era mayor que sus ocasionales desplantes y sus desprecios.

Había días en los que Federica se levantaba con un gran dolor y un gran pesar, no sabía lo que le pasaba ni de donde provenía tanto malestar y en ese tipo de días se le quitaban hasta las ganas de vivir. Más de una vez, al verla tan apesadumbrada, sus amigas y amigos le habían ofrecido un abrazo, pero ella siempre los rechazaba, ella era así, a ella no le gustaban los abrazos. En su memoria todavía estaba muy vivido el dolor que había sentido cuando una persona, normalmente en nombre del amor, la rodeaba (toda ella, izquierda y derecha) con sus brazos. Así que durante mucho tiempo había evitado, sin mucho éxito la verdad, que la gente la quisiese, resultaba demasiado amenazador.

Otra de las cosas que llamaba la atención de Federica es que nunca vestía tirantes o manga corta. Las habladurías habían construido mil hipótesis morbosas sobre sus brazos, desde que tenía pelos más abundantes y largos que Eusebio, al que apodaban "el oso", hasta que no tenía brazos. Hipótesis ésta última poco sostenible porque lo que si se podía ver sin dificultad eran sus hermosas manos, siempre de aspecto suave y cuidado. Y era difícil de creer, hasta para las vecinas más ancianas y que habían oído las historias más increíbles, que alguien no tuviera brazos y si unas manos tan bonitas. Así que Federica nunca se había desnudado delante de un hombre, y si lo había hecho había sido siempre dejando sus brazos a cubierto, supongo que desarrollando para ello una gran creatividad. Con los años, sin duda, había sido más fácil para Federica creer que los hombres no estaban interesados en ella que buscar la manera de desnudarse sin enseñar sus brazos y, sobre todo, sin que la abrazaran. Federica había acabado convenciéndose de que "yo soy así" y aunque no era feliz del todo ser de otra manera, en su experiencia, dolía, dolía mucho.

martes, 19 de enero de 2010

El dolor como aliado

Foto Luciana Ognibene

La irrealidad es la única causa del sufri-miento. El dolor no es un problema sino la herramienta que nos indica que estamos fuera de la realidad. Si la realidad no fuera dolorosa nunca podríamos diferenciar lo que es real de lo que no lo es y viviríamos siempre en una mentira.

Solemos confundir sufrimiento con dolor cuando son dos cosas muy diferentes. El dolor es una señal del cuerpo, nos indica aquello que va mal, aquello que tenemos que atender y cambiar. Una vez atendido, una vez integrado el dolor desaparece porque ya ha cumplido su misión. Tanto en lo físico como en lo emocional el dolor es una ayuda para mantenernos en el camino de nuestro desarrollo y crecimiento. Cuando nos peleamos contra lo que es, cuando no admitimos una parte de nosotros o de los demás, cuando tratamos de que las cosas sean como nosotros queremos que sean y no como mejor nos ayudan, entonces el dolor aparece para indicarnos que nos estamos perjudicando. En la cultura en la que nos hemos educado hay una gran tendencia a evitar el dolor en vez de escucharlo, y cuando evitamos el dolor, cuando cerramos los ojos al camino de nuestra vida entonces el dolor permanece o incluso se hace más intenso, como un amigo que nos gritaría cada vez más fuerte si distraídos nos acercásemos a un precipicio. También la cultura nos enseña a aferrarnos al dolor porque se ha asociado a ser buenos, cuanto más dolor más nos ganamos el cielo dice, en mi opinión de una manera un tanto distorsionada, una línea de la tradición judeo-cristiana. Tanto cuando evitamos ciegamente el dolor como cuando nos agarramos a él para conseguir algo el dolor se transforma en sufrimiento.

Al dolor hay que simplemente escucharlo, cuidarlo y reconocerlo como parte de nuestra inteligencia corporal que va mucho más allá de nuestra inteligencia cognitiva tan vulnerable a las mentiras recibidas, especialmente en la infancia cuando somos tan dependientes y tan vulnerables. Cuando escuchamos al dolor y volvemos a la realidad el dolor desaparece, se desvanece una vez cumplida su misión. Cuando nos enfrentamos a él o lo evitamos, entonces, con enorme paciencia y amor, permanece junto a nosotros hasta que es escuchado.

Irreal es pensar que las cosas van a producirse sin que yo haga nada, que alguien me tiene que querer porque yo le quiero a él (o a ella), que yo se mejor que el Universo como deberían ser las cosas, que las cosas están bajo mi control si le doy muchas vueltas, que mis creencias son las únicas verdaderas, que… tantos y tantos otros pensa-mientos a los que nos empeñamos en agarrarnos. La causa del sufrimiento son todas estas creencias irreales y el juicio permanente que hacemos sobre nuestro alrededor. Cuando juzgamos algo como malo nos desviamos del camino del equilibrio (cada cosa tiene tanto de positivo como de negativo, los mismos electrones que protones), nos desviamos de la Unidad(somos Uno con todo), nos enredamos en creencias construidas que nos bloquean y nos impiden sacar la enseñanza implícita en cualquier experiencia que ponemos en nuestra vida. El dolor nos saca de esta tendencia y nos obliga a hacer un plante-a-miento, a plantarnos ante todas las mentiras que nos decimos y hacer algo diferente. Ese algo que podríamos hacer es utilizar el dolor, por ejemplo, de la siguiente forma:

1. Pararnos a sentir la sensación de dolor, ¿dónde se pone ese dolor en el cuerpo? ¿qué sensación física acompaña a ese dolor emocional?
2. Siente la sensación, abre tu cuerpo a ella, escúchala, es la manera de tu cuerpo de comunicarse contigo, siéntela, es sólo una sensación, no es ni buena ni mala, solo una sensación.
3. Deja que las emociones que aparezcan fluyan, no las retengas, date permiso para la tristeza, la rabia, el miedo… escucha y cuida de esa parte de ti y dale permiso para sentir lo que siente.
4. Deja que esa energía acumulada salga fuera, sin exigencias, sin objetivos, simplemente escucha y siente, deja que eso que ya no te hace falta se vaya.

Puede parecer simple pero nuestra mente, está preparada para procesar las mentiras que nos decimos y volver al camino, deja que ocurra y, si no puedes solo, ya sabes, busca ayuda, hay veces que las cosas están tan arraigadas que necesitamos un profesional que nos ayude a descubrirlas y a deshacernos de ellas.

martes, 12 de enero de 2010

Las cadenas del control y el perfeccionismo

Una vez más Ariadna había acabado un proyecto con éxito, con enorme éxito habría evaluado cualquier persona que entendiese del tema, pero ella seguía dándole vueltas en la cabeza, para ella seguro que había algo que podría ser mejorado, para ella debía haber algo que no era perfecto.

No se permitía la satisfacción del trabajo bien hecho, como si el darse cuenta de que estaba todo bien fuese todavía más peligroso que el haber cometido algún error. Estaba tan acostumbrada a controlar cada milímetro de lo que hacía que ya ni siquiera era consciente de ello. Solo al final del día, cuando caía derrotada en la cama, sin fuerzas para un abrazo extra a su pareja, sin energía y, lo que es peor, sin alegría, se daba cuenta de que algo había en toda aquella manera de proceder que no funcionaba.

Había leído que las personas perfeccionistas lo eran porque tenían una gran inseguridad interna que se afanaban por ocultar. Es como si cualquier error pudiese abrir una grieta en esa fachada tan bien construida para parecer adecuadas y a través de esa grieta todo el mundo, incluídas ellas mismas, podría darse cuenta de que tras aquellos muros de perfección se ocultaba una infinita y profunda sensación de no ser capaces de hacer nada bien. El no darse permiso para fallar era precisamente porque se veían en un espejo distorsionado que les devolvía que hiciesen lo que hiciesen nunca sería suficiente y siempre tenían que hacer algo más.

Pero ella no sentía esa inseguridad, es más, cuando fallaba no se llenaba de ansiedad, simplemente hacía algo diferente para lograr el resultado deseado. Lo que más le llenaba de ansiedad era no encontrar ningún fallo, esas eran las noches en las que peor dormía, aquellas que seguían a los días donde todo, aparentemente, había salido bien. Por eso le sorprendieron aquellas palabras durante la conversación en la comida: "A veces es tan peligroso mostrar todos los recursos que tenemos que desarrollamos un control increíblemente preciso sobre ellos". No sabía por qué aquellas palabras le habían llegado tan adentro. El profesor del curso al que estaba asistiendo seguía hablando de una manera desenfadada, entre bocado y bocado, sobre aquellas mujeres que triunfan en profesiones tradicionalmente masculinas y que de alguna manera se peleaban contra sí mismas y su parte femenina. "El desarrollo de sus capacidades masculinas" - continuaba diciendo el profesor- "les asegura el éxito, pero si dejan salir, si no controlan, esas características femeninas que también poseían, podrían superar de una manera tan rápida y fulminante a los hombres con los que trabajan que sin dida serían agredidas, consciente o, sobre todo, inconscientemente, directa o, sobre todo, pasivamente. Y como ellos obstentaban el poder habían aprendido a controlarse de una manera tan perfecta como grande era el peligro de enseñar todos los recursos que poseían".

Ella nunca había imaginado, ni de lejos, que esa podría ser la causa de algo que consideraba parte de su personalidad, de algo que pensaba estaba escrito a fuego en sus genes. Ni siquiera creía racionalmente lo que esa persona decía, pero algo en su interior se removía. Parecía que esas palabras lanzadas al aire como por casualidad golpeaban una tras otra su corazón como si fuesen dichas sólo para ella. ¿Quién le había enseñado que ser demasiado buena podría ser una agresión hacía los demás por la que sería inmediata y duramente castigada? ¿Quién le había retirado el permiso para sentirse satisfecha de sí misma más allá de lo que hiciera? ¿Cuándo había aprendido a no darse permiso para ser ella misma? No tenía las respuestas, pero sabía que tampoco podría olvidar que las preguntas ya estaban hechas y que, de alguna manera, ya no había vuelta atrás. Ya no podría engañarse más con un simple "yo soy así", ya era tiempo de liberarse de las cadenas de la opinión o los miedos de los demás, ya era hora de desplegar toda su esencia y sentirse satisfecha por ella, era el momento para darse permiso para ser ella misma y poder ser libre. No sería fácil, pero no había vuelta atrás.

Dedicado a esas mujeres que desde Cruz Roja y otras organizaciones luchan cada día por hacer de este mundo, un lugar mejor para todos. Con todo el respeto, la admiración y el aprecio.