martes, 26 de mayo de 2009

La Envidia




Si escribir sobre la soberbia era complicado, hacerlo sobre la envidia es delicado.
Probablemente la envidia sea, de todos los pecados capitales, el más popular... el que a todos nos toca, o quizás, nos roza.

Vivimos en una sociedad en la que la comparación con el otro es un continuo. Estamos continuamente buscándonos a nosotros mismos mirándonos en el otro, atribuyéndole, además, muchas más virtudes y riquezas de las que probablemente posea.

La envidia se refiere a ese sentimiento que en unas personas se manifiesta como tristeza, en otros como rabia, en muchos como frustración por un "algo" que el otro tiene y que el "yo" siente no poseer. Lo que convierte a la envidia en algo tan popular es que ese "algo" se materializa de muchas maneras: algo físico (la estatura, el peso, las facciones... ) ; algo material (el dinero, la casa, el trabajo... ) o algo más existencial o metafísico (los valores, sus habilidades, su talento... etc...) por lo que sus manifestaciones son muy polifacéticas.
Otra de las cosas que complica tanto la envidia, es la gran ambivalencia emocional que hay dentro de ella, puesto que en ella se combinan la admiración por el otro y el deseo de ser cómo él/ella así como la frustración por no serlo.

Podemos considerar la envidia un motor conductual no siempre en la dirección correcta, puesto que en muchas ocasiones la envidia, en vez de dirigirse al "desarrollo" o la consecución que aquello que se desea, se centra en despreciar al envidiado.
Hace mucho tiempo aprendí que en todo reproche existe una proyección. Eso quiere decir que en muchas ocasiones, cuando alguien nos critica sin construir, si no con el objetivo de destruirnos o dejarnos en ridículo; cuando alguien nos desprecia en público, cuando alguien se dedica a valorar más lo que no tenemos o lo que no hemos conseguido que lo que tenemos (y que es al mismo tiempo lo que nos caracteriza...) nos está contando, en sus críticas, en sus desprecios, en sus ironías... sus propias carencias.

Es por eso, como nos pasaba con el soberbio, que identificar las proyecciones nos sirve como una buena forma de identificar a una persona envidiosa.
Pero las virtudes poderosas de este pecado se despliegan cuando reconocemos que somos nosotros los que sentimos envidia: De nuevo toca ser honestos..

No es la primera vez en esta personal serie sobre los pecados capitales que reivindicamos el papel de la honestidad como vehículo de crecimiento. La honestidad para nosotros es ser sinceros con nosotros mismos. Aunque se asocia a la coherencia personal prefiero destacar la parte de sinceridad de la honestidad (muchas veces se puede ser muy coherente en la deshonestidad, no? o ser coherente en la mentira... aunque haga falta muy buena memoria para ello...) Se reivindica, entonces, una relación de respeto con uno mismo.

Así que siendo honestos, reconociéndonos envidiosos, podemos encontrar una vía de crecimiento sin parangón. La parte honesta de la envidia significa colocarnos delante de un espejo que nos muestra aquello que querríamos conseguir.. que deseáriamos desarrollar. Del mismo modo que cuando nos enamoramos estamos proyectando (y al fin y al cabo nos enamoramos de valores, de aptitudes, de sentimientos que están en nosotros, en latencia o en potencia) cuando envidiamos se nos está señalando que es lo que nos falta.. cual es nuestra carencia.. y cómo desarrollarla. El creer en algo es el primer paso para crearlo.

Y aunque asumo que quizás estamos siendo generosos con algunos tipos de envidias, puesto que la envidia puede ser atrozmente destructiva, creemos que no se puede ignorar esta parte constructiva de la envidia... y que nos permite resolver esa que a veces llamamos "envidia sana".. aunque, ¿qué queremos decir en realidad cuando decimos "envidia sana"? ¿Existe la envidia sana? Si implica alegrarse de verdad por el otro es sana, pero entonces, no es envidia, puesto que la envidia se caracteriza, como decíamos en las primeras líneas, por la sensación de tristeza y frustración cuando los demás poseen algo de lo que el yo carece.

Decía François de la Rochefoucauld que la envidia dura siempre más que la dicha de aquello que se envidia... Por tanto, dediquémonos a potenciar esa dicha.. aunque para ello hayamos deseado lo ajeno.. un poquito...

martes, 19 de mayo de 2009

La soberbia

Más fácil es escribir contra la soberbia que vencerla.
Francisco de Quevedo.


Escribir sobre la soberbia no es, en realidad, nada fácil. Así que podemos entender la frase Quevedo y asumir que de todos los pecados capitales, muy probablemente este, junto con la envidia (y a los que personalmente yo les veo relación) son de los más difíciles de vencer, o superar... que no imposible. Para muchos, es el pecado capital de los pecados capitales.

En nuestro imaginario, la persona soberbia es una persona altiva, que encuentra satisfacción menospreciando a los demás, una persona que abanderada en y por su orgullo se considera en situación de mirar a los demás "por encima del hombro"... Es aquel o aquella, que en base a unos baremos un tanto particulares se considera "mejor que los demás”.
Como vemos se trata de un punto de partida complicado y a priori que parece poco puede aportar a quien lo sufre.
Es, en su ceguera, peligroso. Puesto que el soberbio nunca reconocerá tal "virtud". Están tan cerca del espejo que dejan de verse. Tan concentrado en el sí mismo que no se reconoce en la imagen que los demás le devuelven de sí mismo y, muy probablemente por eso, los rechaza. Porque la persona soberbia no ignora, no es capaz de ser indiferente, sino que desprecia.

En su vertiente más negativa, la soberbia nos recuerda a esas personas que con tamaña autoconfianza, impiden que nadie les pueda aportar, enseñar, mostrar... puesto "que todo lo saben". Son personas vestidas con el traje del puercoespín que les protege, pero también les impide ser acariciados. Es un orgullo tal el que padecen que se alejan de aquello que nos hace humanos: la humildad.
No en vano, soberbia y orgullo son sinónimos a pesar de las diferentes acepciones que después han adoptado.

Pero esto nos permite enganchar con la parte positiva del pecado: el orgullo. De lo que se trata (como pasaba en la pereza) es de encontrar el equilibrio justo y no "pecar" ni por exceso ni por defecto de orgullo. Ya hemos visto que el exceso de orgullo es la soberbia, pero también es peligroso el defecto. Puesto que el orgullo de uno mismo, de lo que soy, de lo que hago, es entendido como el requisito mínimo de la asertividad. Si no hay orgullo no puedo decir "no", me tengo que plegar a los deseos del otro. Y decir no es un derecho que todos poseemos.

Detrás de la soberbia hay miedo. Miedo de no ser bueno. Miedo de no ser suficiente. Miedo de no ser capaz. Y muchas veces la mejor manera de maquillar el miedo es aparentando ser todo lo contrario, y por eso que el soberbio ataque continuamente, puesto que para algunos la mejor defensa es un ataque. Y sobre todo atacará a aquellos que le reflejen las carencias que trata por todos los medios de esconder (tanto a los demás como a sí mismo porque es un proceso completamente inconsciente, eso es lo que lo hace tan difícil), tanto a los que percibe como exitosos a los que tratará de rebajar para dejar de sentirse tan inferior, como a los que percibe como incapaces que le recuerdan eso mismo que percibe en sí mismo.

Cuando reconozcamos un soberbio entre nosotros, recordar que se trata de un maquillaje puede ser reconfortante, que es sólo una persona con miedo tratando de sobrevivir y ser querida (aunque la mayoría de las veces consigue justo el efecto contrario lo que hace que se ponga más a la defensiva y se eternice el problema). Del mismo modo que cuando reconozcamos la soberbia en nosotros (eso ya será un gran paso para superarla...) un trabajo de honestidad, de preguntarnos y tratar de reconocer a qué tengo miedo, nos hará más libres. Puesto que la soberbia es un traje demasiado pesado para quien lo padece.



Decía Mateo Alemán que la soberbia ataca con dos dardos: la ira y la envidia.
Nuestros próximos posts.

viernes, 15 de mayo de 2009

La Gula




Hoy quiero continuar con la Gula, considerado, como la lujuria, un vicio del deseo.... un deseo incontenido de llenarse, de comer y beber hasta llegar a la saciedad... hasta reventar... y mientras tanto, no pensar.
El simbolismo queda claro ya en la primera línea.
Es una necesidad de llenarse... y lo que necesita llenarse es porque está vacío... Y si la comida simboliza el afecto (para el bebé ambos son igual de importantes, ya que de hecho el afecto de la madre es quien garantiza su comida), podemos entender que se trata de llenar vacíos existenciales... vacíos afectivos.

Vacíos qué, debemos comprender, nunca se llenarán con comida, ni con bebida, puesto que poco tienen que ver con ellos.

La gula se convirtió en pecado capital porque implicaba el desperdicio de la comida, estaba relacionado con la envidia y la necesidad de comer aquellos lujos a los que uno no tenía fácil acceso; porque se trataba de comer en exceso, es decir, "mas de lo que el cuerpo necesita"... o porque implicaba estar más pendiente de la comida que de los compañeros comensales.
Por todo eso, y quizás porque eso implicaba "salirse del camino", la gula pasó a ser uno de los pecados.

Y yo me pregunto, ¿quien no supo leer la carencia? Si hay necesidad, es que hay carencia o desequilibrio...

Así es como lo enfocamos nosotros, que consideramos que vivimos en una sociedad donde la gula (traducida ahora en bulimia) es una gula de afectos... una gula de amor... de cariño, de sentimientos. Una gula que tiene que ver con la soledad, en realidad, con la peor de las soledades posibles: Esa de estar rodeados de gente y sentirnos solo. Vivimos en una sociedad en la que es más fácil que nunca comunicarse con los amigos que están lejos, en otros países... y en cambio, es más difícil que nunca comunicarse con quien duerme en la habitación de al lado... o quizás, en mi misma cama.

La Gula es uno de los pecados que, psicológicamente, por todas sus derivaciones, más me pre-ocupa (de ocupar primero...) puesto que en sí mismo ya se considera pecado, y porque sin duda, es uno de los pecados que más sentimiento de culpa pueden llegar a provocar en quien lo padece, además de suponer un autocastigo para él/ella, puesto que sabe del daño que se está inflingiendo y sabe que la salida no está ahí.

Por tanto, cambiar nuestra relación con la comida pasa por cambiar nuestra relación con los demás. Y cambiar nuestra relación con los demás pasa por reconciliarnos con nosotros mismos. Con nuestra imagen. Con nuestro propio reflejo en el espejo. Pasa por recuperar la esperanza. Por asumir qué, en nuestras relaciones, el que no nos elijan no significa que nos rechacen (de hecho los episodios de bulimia se multiplican después de un desengaño amoroso); por recuperar la armonía, esto es, el temple, la fuerza justa que permita sellar los agujeros del alma por los que se nos va el afecto, que curiosamente, no somos siempre conscientes de recibir.

Y sobretodo, por dejar de buscar fuera lo que está en nosotros.

martes, 12 de mayo de 2009

La pereza



Decía Jenofonte que nunca el alma entregada a la pereza produce nada bueno, se entiende, sencillamente, porque entregada a la pereza, el alma directamente no produce.
Quizás por eso, por el no producir, el no contribuir, el no aportar… la pereza fue elegida como uno de los siete pecados capitales, porque en realidad, en si mismo, el no producir debería ser, en ocasiones, un derecho humano.

Todos necesitamos momentos de apatía, de no hacer nada. Momentos de silencios en el cuerpo y en el alma donde reubicar lo vivido recientemente. Momentos de autodiálogo (que no es lo mismo que monólogo), donde encajar lo que entre tantas prisas, no tuvimos tiempo de decirnos.

Son tiempos oportunos, necesarios, que en el momento actual muchas ocasiones debemos buscar esos reductos de “tiempo libre” que nos permitan dedicarnos sin cargo de conciencia (he aquí herencia católica de la que hablábamos en la introducción) a ese “no hacer nada” que no es si no estar con uno mismo... de forma consciente.

El problema aparece cuando esos tiempos se cronifican. Cuando la pereza se instala no como un recurso de recuperación, si no como un mecanismo de defensa que consiste en la parálisis ante el mundo, una forma de materializar ese cómico “paren el mundo que me bajo” que decía Groucho Marx.

En términos psicológicos la pereza estaría entre la anhedonia (incapacidad para experimentar placer) y la apatía, esa falta de energía que nos impide ejecutar ese requisito mínimo en la vida: el movimiento.
En ese sentido, la pereza “crónica” si nos debería hacer reaccionar (por muy paradójica que sea esta última frase… ya que el perezoso, lo último que hace es reaccionar) y provocar ese autodiálogo del que hablábamos más arriba compuesto por frases del tipo “¿de qué estoy tan cansado/a? “ “¿estoy viviendo por encima de mis posibilidades?”… “¿en qué se me ha ido la energía?” … o quizás, “¿en quién?”…. al
mismo tiempo que, como deberíamos hacer con todos aquellos que necesitan nuestra ayuda, le ofrecemos un apoyo extraordinario a nuestro propio cuerpo, refiriéndome con extraordinario a alguna atención especial, como cierto mimo, regalo, caricia, y buen trato.

En algunos casos la pereza podría ser incluso una defensa, cuando sentimos que no tenemos la capacidad o que no podemos llegar a conseguir algo no resulta extraño que nos de mucha pereza el esfuerzo que conlleva. Y es tan difícil desperezarse y afrontar esas cosas que tanto nos asustan...

Simbólicamente la pereza es parar.
Todos necesitamos detenernos.
Pero no se entiende aquí detención como bloqueo, si no como estrategia que me permita valorar que parte del camino he recorrido, y enfrentarme al resto del camino con la energía justa.

Así que utilicemos la pereza, el día que nos agarre, como descanso… pero también como un tiempo de inflexión y liminal, desde el cual reconocer que las cosas no son como fueron pero tampoco como serán.

sábado, 9 de mayo de 2009

Los siete pecados capitales: introducción

Si, esta serie se titula Los Siete Pecados Capitales.



Ni nos hemos vuelto locos, ni hemos pecado hasta el punto de tener que redimirnos, ni le hemos dado un giro al blog, ni nos hemos vuelto castos, ni nada parecido...
Tan solo seguimos en nuestra tónica, esa de construir un poquito cada día... De hacer algo con las palabras (hilos del pensamiento.. o era al revés?) reflexionando, construyendo, y por supuesto, opinando...

Somos católicos.
En mayor o menor medida. Practicantes o no. Confirmados o no.
Creyentes o no.

Con "somos católicos" me refiero a que hemos nacido y crecido (por lo tanto, nos hemos enculturizado aquí...) en una sociedad católica, por lo que desde niños hemos crecido con la impronta de la terminología católica.
Conceptos como culpa, perdón, juicio... y por supuesto pecado... forman parte de nuestro imaginario particular. Repito: seamos o no practicantes.

Como antropóloga especialista en símbolos y religiones he estudiado en profundidad varias de las principales religiones del mundo. Todas, cada una de ellas, refieren a lo mismo y de lo mismo: Como explicar aquello no abarcable desde los cinco sentidos básicos humanos... un "aquello" que parece concretarse en el asunto de la muerte. Pero aunque se abre aquí un tema muy interesante en realidad lo que pretendo es hablar de los pecados.

La palabra pecado, es la traducción del "pecattum" latino. Pero la Biblia fue escrita en Hebreo... y en hebreo pecattum refiere a "hâtta" o "chattaah" que literalmente se traduce por "errar el tiro / fallar el blanco" cuya traducción más conceptual sería "salirse del camino". Como vemos, es un sentido muy diferente. A nosotros nos ha llegado un "errar" cargado de culpa (juicio final = valoración de los
pecados) que poco tiene que ver con esos pequeños errores, o fallos que no siempre están cargados de la intencionalidad que el pecado bíblico nos atribuye.

En cualquier caso, sirva lo anterior como una pequeña introducción de una serie que hoy comenzamos.
Desde Avatar Psicólogos consideramos que cualquier acontecimiento que sucede en nuestra vida (sea un éxito o un fracaso, un reto o un obstáculo...) aparece para crecer, para mejorar, en definitiva: para aprender.

¿Qué podemos aprender de la ira, de la lujuria, la pereza, la gula, la envidia, la soberbia y la avaricia?
Responder a esa pregunta es nuestro propósito para los próximos días, esperamos contar con vuestra ayuda.

Julieta

viernes, 1 de mayo de 2009

Recipientes perfectos

Aprovecho una cita de autor desconocido que nos trae Loose para, tras hacer unos cambios y adaptarla a nuestra opinión, desarrollar este post.



Los hechos son siempre vacíos, se transforman en sentimientos con la forma del recipiente en el que se depositan.

Las cosas que ocurren no son lo importante, lo importante es lo que hacemos con ellas. La misma situación crítica será para algunos una oportunidad para mejorar, cambiar, adaptarse, evolucionar y para otros una oportunidad para quejarse, culpar a los demás o al destino y seguir esperando a que sean los demás, o el destino, los que hagan algo que mejore sus vidas.

Somos cada uno de nosotros los que les damos un significado a los acontecimientos que nos rodean, somos ese recipiente en el que se introducen los hechos y toman una forma u otra. Podemos encontrar muchos tipos de recipientes, dependiendo del material del que están hechos y la forma en la que fueron moldeados cuando todavía eran flexibles y moldeables. Así podemos observar diferentes tipos de recipientes: algunos, que fueron golpeados con dureza están llenos de picos, aristas y zonas que pinchan provocando dolor, aunque lo que duele de verdad es la presión del líquido depositado dentro de esas aristas; otros a los que no se le pusieron limites y entonces todo líquido que entra se desborda sin control; otros, por el contrario, fueron tremendamente limitados y el líquido encuentra espacios tan angostos y estrechos que casi no puede expresarse; otros muchos fueron moldeados según las necesidades del artesano, sin tener en cuenta las características especiales del material con el que trabajaban y por tanto desde entonces se pelean con funciones para las que no fueron creados. Aunque seguro que la gran mayoría fueron creados desde el amor del artesano los diferentes avatares a los que estuvieron expuestos hacen que no haya dos recipientes iguales.

Pero más allá de como fuimos moldeados, lo importante es que si ponemos un poco del calor del amor a nuestro lado podremos generar la temperatura necesaria para permitir que el artista que somos ahora pueda retocar aquellas cosas que considere para construir el recipiente deseado. Y no hay nada más bonito, una vez que hemos moldeado el recipiente a nuestro gusto, que luchar por los valores que consideramos justos frente a las agresiones, egoísmos e injusticias de nuestro alrededor.
Pero no desde la rabia o el daño ya, sino desde el profundo amor que brinda el conocer por qué lo estamos haciendo y con la fuerza extraordinaria que nos da el tener una misión y un sentido profundos para esa lucha. Porque quizá desde nuestro equilibrio y nuestro amor podamos ofrecer la oportunidad para que aquellos recipientes dominados por sus aristas encuentren el calor que ablande sus formas y puedan iniciar, si lo desean, el camino de su transformación hacia lo que realmente son, recipientes perfectos en su singularidad.

Ofrezcamos el calor necesario para que nuestro artista interior encuentre la inspiración para crear la más bella obra de arte, nosotros mismos, un trabajo especial que jamás termina.