lunes, 25 de febrero de 2008

Sufrir por amor

¿Se puede sufrir por amor? En mi opinión sufrimiento y amor no van nunca unidos. Se han escrito cientos de historias, canciones, poemas o libros que tratan sobre el sufrimiento producido por el amor, pero, si una relación te hace sufrir… ¿puede considerarse amor? Deberíamos definir primero que consideramos amor, desde mi punto de vista amar a alguien es desear lo mejor para esa persona, respetarla, honrarla, admirarla, aceptarla y, sobre todo, ayudarla en su proceso de crecimiento mientras ella hace lo mismo por nosotros. Eso no significa que no podamos poner limites, que estemos ciegos a las cosas de ella que no nos gustan o que se lo justifiquemos todo.
Ese estar ciegos se produce muchas veces al principio de la relación, cuando estamos desbordados por la pasión pero… si estamos ciegos ¿queremos entonces a la otra persona o estamos enamorados de la fantasía que hemos creado de ella? Y si es una fantasía no es amor por la otra persona sino por lo que nosotros creamos ¿no?
Bueno, pero una vez que la ceguera se va entonces vemos de verdad a la otra persona y, es curioso, entonces empezamos a rebelarnos ante todas esas cosas que hace y no nos gustan y deseamos cambiar ¿es eso estar enamorados de la otra persona, de la otra persona si cambia o de lo que nos gustaría que fuera la otra persona? ¿de quién estamos enamorados realmente?

Pero volviendo al sufrimiento, que es el tema de hoy, suele venir cuando esa persona, por avatares del destino o de la relación deja de estar enamorada de nosotros y desea irse. Si piensa que estará mejor sin nosotros entonces… ¿amarla es dejarla partir o agarrarla para que no se vaya? Y si amamos a alguien que no nos ama a nosotros ¿eso es amor? ¿cómo podemos querer para nosotros algo que no nos aprecia? La única respuesta coherente que se me ocurre es que nosotros mismos no nos consideramos dignos de amor, por eso podemos entender que alguien no nos ame. Y si no nos ama y nos deja ¿puede ser esa “la persona de nuestra vida”? ¡Cómo lo va a ser si ya no está! Y que no este cuando durante un tiempo nos ha proporcionado mucho placer puede ser algo que echemos de menos y nos produzca dolor, una tristeza que nos permite curar esa herida que nos dejo algo a lo que estábamos unidos y se desprendió.

Pero será dolor, no sufrimiento. Porque sufrir es algo diferente, es quedarse enganchados porque no queremos, nos resistimos, a transitar por esa emoción dolorosa que es la tristeza, y a través del sufrimiento nos quedamos unidos a la otra persona, porque nos da miedo la vida sin ella, porque nos da miedo el dolor del sufrimiento, porque si nos dejan nos juzgamos como no válidos, porque tenemos miedo al cambio o por otros mil posibles motivos pero… ¿alguno de ellos es amor?

Todos traemos heridas del campo de batalla en el que en ocasiones se torna la vida, algunas muy profundas y/o muy antiguas porque fueron producidas hace mucho tiempo. Y esas heridas escuecen, mucho, y amar no nos permite seguir escondiéndolas. Durante un tiempo la emoción del amor hace de bálsamo para ellas, pero una vez a la luz antes o después empezarán a escocernos, porque antes o después la persona amada, posiblemente en un acto de amor tan grande como inconsciente, irá directo a tocarnos en ellas. Es ese un momento crucial, podemos decidir luchar contra ellas, tratar de volver a esconderlas, culpar a los demás de nuestro daño, huir y taparlas de nuevo o… podemos elegir limpiarlas, cuidarlas y permitir que, rodeadas de ese amor que nos ha recordado que existían, permitir que poco a poco vayan sanando, curando.

Si, siempre desde mi punto de vista, amar es crecer junto a otra persona, hacernos conscientes de nuestras heridas y poder curarlas ¿no es un acto increíble de amor? A veces simplemente alguien llega a nuestra vida para descubrirnos una herida y permitirnos curarla, luego que se quede o se vaya dependerá de si hay más cosas para vivir juntos. El sufrimiento es simplemente oponernos a ese proceso natural, intentar controlar lo incontrolable para evitar un dolor que forma parte de la vida. El problema es que el precio que pagamos por evitar el dolor muchas veces nos produce un dolor mucho más duradero, hace que nos estanquemos en heridas que no sanan nunca y dolerán una y otra vez o, quizá lo peor, nos ponemos una armadura tan sólida que no deja entrar el dolor pero tampoco nada más. ¿Cómo darnos cuenta de que llevamos esa armadura? El vacío interno es mucho más doloroso que cualquier dolor y nuestra cabeza se vuelve loca buscando motivos para justificarlo, controlarlo, evitarlo… pero ya se sabe, cuanto más hacemos y más nos empeñamos en tocar una herida para que no duela, más se infecta y peor se pone.

lunes, 18 de febrero de 2008

Las dos caras del silencio

El silencio me miraba cruel desde sus ojos esquivos, por momentos podía adivinar su sonrisa maliciosa mientras me mantenía esperando, deseando, añorando, sufriendo, muriendo porque con dos palabras ella le traicionase y le alejase de mi vida. Pero el silencio era sin duda más fuerte y mientras inundaba su cabeza, ahogando cualquier vestigio de un hueco para mi recuerdo, de la mía escapaba y el vacío que dejaba se llenaba con cientos de excitados pensamientos, suposiciones, anticipaciones… que aunque las creaba para alimentar la cada vez más debilitada esperanza sólo lograban aprisionar mi alma. Segundos que se tornan horas, días disfrazados de eternidad, el silencio jugando con el tiempo que no pasa cuando no escucho su voz mientras le susurra litros de sangre a un corazón que se seca sin sus palabras.

Así me encontré, gritándole al silencio toda mi rabia. Y mientras mi voz se agrietaba y la piel me quemaba, una amiga me cogió de la mano y me guió suave hacia delante enseñándome cual era el camino por el que un día le había confesado quería dirigir mis pasos y que ahora sentía tan lejano. Me acompaño serena en los primeros pasos y me ofreció un destino tan parecido al que había causado mi desazón que no podía imaginar que fuese tan distinto, el Silencio. Caí rendido porque por un momento me faltaban las fuerzas y me deje llevar hacía ese Silencio interior donde el mundo se acalló. Una paz interior fue recuperando suavemente las paredes de mi dolorido corazón, haciéndolas flexibles de nuevo, permitiendo a mi alma expandirse para expresarse más fuerte que nunca, abriendo todos mis sentidos a la orgía de sensaciones que allí en silencio me ofrecía la vida, libre del ruido ensordecedor de la locura del anhelo que gobernaba mi mente, también por motivos de un silencio.

Silencio contra silencio, es curioso como lo que parece destruirte es lo que te regenera, como lo que te daña es lo que te hace verdaderamente fuerte, como la clave de las cosas suele estar en ellas mismas y no en deliberados esfuerzos por cambiar nuestro alrededor y acomodarlo a nuestras necesidades para, de conseguirlo, llenarnos de miedo porque eso que hemos construido con tanto esfuerzo no resulta ser el mundo que habíamos elegido.

Yo me quedo con el Silencio, mientras, seguiré dirigiendo mi intento (como diría mi amiga) a que las palabras surjan fluidas de los corazones de aquellos que, de olvidarlas, están condenados a no poder acallar la fuerza de desbocados pensamientos.

martes, 5 de febrero de 2008

La guerrera II

Ocurrió un día que la guerrera había luchado tanto y tan bien que se quedó sin oponentes. Volvió a su castillo con todas las riquezas que había conseguido con su esfuerzo, su valor y su empeño dispuesta a descansar y disfrutar tranquila de lo logrado.

Pero algo ocurría que no le dejaba dormir, era como si un peligro desconocido estuviera acechando y no le permitiese el merecido descanso, era como si la paz del castillo fuese un peligro tan intenso que no le permitía relajarse ni poder disfrutar de lo hasta ahora logrado. Una voz dentro de ella seguía gritando que había que luchar, así que ante la imposibilidad de dormir y con ese compromiso de luchar contra el abuso, la pobreza y todo tipo de injusticia, se vistió con su mejor armadura, ensillo su más bello corcel y salió al campo de batalla dispuesta a entablar esa que parecía su última batalla.

Pero llegó al campo de batalla y por mucho que fue arriba y abajo, derecha e izquierda, norte y sur o este y oeste no encontraba ningún oponente contra el que luchar. Era tan potente la orden de atacar y tan vacío de enemigos se encontraba el lugar que sin darse cuenta la guerrera empezó a luchar contra si misma. Nunca había encontrado un oponente tan difícil, era como luchar contra un fantasma, cada vez que intentaba sorprender con un golpe un segundo antes su oponente tenía la defensa preparada, cuando intentaba maniobras distractoras su oponente se ponía en tensión una milésima de segundo antes de que ella decidiese lanzar su mejor golpe. Algunas veces notó como llegaba a herirle con su arma, pero curiosamente cuando parecía que más cerca estaba de ganar la batalla más débil y herida se sentía, y cuanto más herida más duros eran sus golpes y más débil y dañada se sentía. Pero, ya se sabe, no era guerrera de rendirse fácilmente así que sacaba nuevas fuerzas para lanzar un golpe y otro y uno más hasta que poco a poco sus fuerzas fueron flaqueando hasta tal punto que llegó a pensar que morir en esa última batalla podía ser un final digno para tan brava guerrera, al fin y al cabo como iba a poder disfrutar de la paz si ni siquiera sabía eso como era. Así, tendida en la arena, cerró los ojos esperando esa muerte con la que siempre había caminado y que siempre había sido considerada fiel compañera.

Fue en ese momento, en el preciso momento en el que se rindió, en el que dejó de luchar contra enemigos, fantasmas y hasta contra sí misma, cuando sintió por un instante la caricia del viento en su cara, y sin abrir los ojos, rendida completamente, pudo sentir como una esponja de agua templada limpiaba sus heridas, que escocían, pero era un dolor diferente a cualquiera que hubiese sentido antes, era un dolor calido, un dolor que no había sentido antes pero que una parte de ella consideraba que no debía ser desdeñado. Ahí empezó otra lucha, levantarse y ver que ocurría o dejarse hacer vulnerable por primera vez desde aquel lejano día en el que fue abandonada en mitad de un campo de batalla. Y en esa lucha estaba, una parte de ella deseando inmovilizar aquellas manos que limpiaban sus heridas otra parte de ella disfrutando de dejarse cuidar abierta y vulnerable cuando todavía sin abrir los ojos acertó a preguntarse ¿es que no es posible dejar de luchar alguna vez?